Basta con que se le plantee un problema, para que Alejandro Torres ponga mente, manos y corazón a trabajar en la solución, sobre todo si esta tiene que ver con ayudar a las personas a vivir mejor, cuidando el medioambiente. Así ya ha creado al menos dos inventos con potencial de impacto mundial.
Por Monserrat Quezada L. / Fotografías Sonja San Martín D.
A los siete años, Alejandro quería tener de mascota un pajarito, así que se dispuso a capturar uno. Para esto creó distintas trampas, mejorando el sistema cada vez, hasta que logró su meta y tuvo por un par de días esa compañía alada que tanto quería, y lo liberó. Ese es solo un ejemplo de cómo este penquista tiene alma de inventor.
“Con mi familia vivíamos en Springhill, al lado del río, entonces era un paisaje diario para mí. Por otro lado, mi papá trabajaba en ENAP, por lo que iba mucho para allá, a ver partidos por ejemplo, y me llamaban la atención los gases que emanaban y, en general, los procesos productivos. Desde muy temprana edad sentí las ganas de ayudar a mejorar esos procesos”.
Alejandro estudió Ingeniería en Producción Industrial en la Universidad del Biobío. Según cuenta, en esa carrera “nos preparan para la producción en plantas industriales u organizaciones similares, y tenemos algunos ramos de innovación”. Su experiencia laboral se inclinó por ese lado, específicamente en medioambiente, a raíz de lo que veía que necesitaban sus clientes. Y creó la empresa Servicio de Ingeniería Ambiental SIA SpA, que ofrece desde tratamientos de aguas servidas hasta control de polvo en caminos, los que se pueden ver en detalle en la página www.cleanwater.cl.
INSPIRAR E INNOVAR
Una de las experiencias que marcó la carrera de Alejandro fue visitar y asesorar distintas plantas de agua potable, no solo las de Chile, como Essbio, Aguas Andinas, Los Andes y Esval, sino también la empresa Aguas Andinas, de Buenos Aires, y Sao Paulo. “En Argentina extraen agua del río que es muy oscura, por lo que deben aplicar camiones de químicos todos los días para potabilizarla. En general, vi que se producían distintas calidades de agua, porque la norma varía en cada país y territorio. Se manejan otros rangos, aunque sigue siendo potable”.
Este ingeniero comenta que la norma chilena, número 409, es muy estricta y similar a la de los países más desarrollados: “es un orgullo para el país”, dice.
Con el tiempo se dio cuenta de que las plantas de aguas servidas, con el correr de los años y el crecimiento propio de las ciudades, estaban demasiado cerca de la población, con los consecuentes problemas ambientales, principalmente de olores, que conlleva esta industria. Y ese fue su primer gran desafío.
Una tarde de enero de 2010, estaba escuchando las noticias por la radio cuando dieron cuenta de que los vecinos de uno de los lugares en las que él había trabajado se habían tomado la calle aledaña protestando por los malos olores. “Llamé al jefe de planta de Essbio para ver si podía ayudar en algo, y me pidió que lo ayudara a encontrar una solución y así lo hice”.
¿Cuál fue la propuesta?
Se trataba de un sistema de aspersión con un químico especial que encapsulaba las partículas de gas, es decir de mal olor, y además le daba un buen aroma. En eso me basé. Eléctricamente, los gases tienen una carga negativa y lo que rociaban estos aspersores tenía una carga positiva. Esto hace que se forme una macromolécula y que precipite, entonces se logra encapsular. Físicamente, consistía en un estanque al lado de aquel donde se iba a aplicar el tratamiento, que contenía el químico y el sistema de bombeo. Básicamente, era como regar el estanque de donde emanaban los olores.
¿Y funcionó de inmediato?
Estaba nervioso, porque en teoría funcionaba, pero como era algo que no existía, no sabíamos si de verdad se iba a lograr. Además, el requerimiento fue ponerlo en marcha lo antes posible, por lo que tenía que comprar los equipos para fabricar el sistema. Además, como era algo tan urgente, todos los proveedores eran locales. Yo, por si acaso, tenía plan A, B y C. Pero afortunadamente, funcionó de inmediato. Tenía el convencimiento total de que así sería y resultó. La innovación es pasión pura. Así desarrollé mi primer sistema de control de olores con gran éxito.
TERREMOTO
Como para tantas personas, el sismo del 27 de febrero de 2010 marcó un antes y un después en la vida de Alejandro. El sistema de tratamiento de olores estaba funcionando perfecto, ya había instruido a los operadores y aunque seguía yendo todos los días a supervisar, veía que todo marchaba bien. Incluso, se disponía a mejorar su innovación (“siempre se puede”, explica), cuando, tan solo dos semanas después del inicio de las operaciones, ocurrió el terremoto.
Como era su creación, fue una de las primeras visitas que hizo apenas pudo; necesitaba saber el estado de su sistema. “Encontré los estanques destruidos, los lodos desparramados, e incluso habían entrado a saquear la planta. Se habían llevado los bidones químicos, pensando que eran quizás qué. Pero una de las pocas cosas que seguía en pie era mi equipo. Después arreglaron los estanques, volvió a funcionar todo, e incluso me lo compraron para otras plantas. Y no solo eso, ¡hasta me lo copiaron! Porque no lo patenté a tiempo y realmente era una buena idea. De hecho, si hoy hay plantas que siguen expeliendo malos olores es solo porque se niegan a hacer funcionar el sistema todos los días a cada minuto, que es para lo que está hecho”.
Sin embargo, hubo otro problema posterremoto que le preocupó más: la falta de agua.
“Caí en cuenta de que yo tenía que ver con eso, era mi trabajo, pero no tenía la respuesta de dónde sacar agua en una emergencia. Mis vecinos, como saben a qué me dedico, acudían a mí para buscar respuestas y no las tenía”.
Como tenía relación con las personas de Essbio, le solicitaron a Alejandro coordinar la entrega de agua potable. “Mi labor consistió en ir a la planta que está a un costado de la iglesia La Candelaria, llenar estanques de mil litros y repartirlos entre las personas de San Pedro de la Paz. Así estuvimos hartas semanas hasta que llegó el agua. Pero ya tenía la inquietud de que debía estar preparado para una próxima vez”.
¿Y qué hiciste?
Entre que venía la COP25 y la conmemoración de los diez años desde el 27F, me inspiré para crear un químico que potabiliza el agua. No fue fácil, hubo mucho de ensayo y error, cientos de muestras, hasta dar con la fórmula precisa. Esto no significa solamente aclarar, para eso existen diversos productos. El mío, en cambio, la potabiliza en relación con los parámetros de la Norma 409.
¿En qué etapa está el producto actualmente?
Lo presenté a diferentes autoridades; diputados, personas relacionadas con medioambiente de las municipalidades de Concepción y San Pedro de la Paz, y de la Seremi de Medioambiente, recabando muchas opiniones positivas. Incluso, tuve gran éxito al presentárselo a distintas ramas de la seguridad civil. Sin embargo, en un primer intento no obtuve el financiamiento público que esperaba por una razón irrisoria: me pedían revelar la fórmula. No caeré de nuevo en el mismo error por lo que empezaré prontamente los trámites para patentarla y seguiré en búsqueda de fondos. Mi sueño es fabricarlo aquí mismo, en esta zona, para el resto del mundo. Que no dependamos de nadie más que de nosotros mismos.
¿En qué se utilizarían estos fondos exactamente?
En primer lugar, necesito investigar si la misma fórmula funciona para distintas aguas, porque yo las probé con los cuerpos de agua de la intercomuna de Concepción. Quizás se necesitan distintas concentraciones. Me encantaría que me apadrinara una empresa, obtener el permiso sanitario y empezar a fabricar, porque no sabemos cuándo puede venir un desastre. Recordemos que en la zona no solo hemos sufrido terremotos, sino también tsunamis, incendios, y ahora hasta tornados, y debemos estar preparados.