En pocos días, el intachable Ricky Martin fue denunciado por violencia doméstica y demandado por la exmánager Rebecca Drucker en tres millones de dólares, acusado de comisiones impagas y un “ambiente tóxico”. Dijo haber lidiado con “imprudentes indiscreciones”, por cierto, entre las tareas de cualquier manejador de súper estrellas.
Shakira también ha vuelto a los titulares por razones extramusicales debido a su separación del crack Gerard Piqué por infidelidad, descalabro personal sumado a las serias dificultades legales que enfrenta en España por evadir impuestos. Hace veinte años, Miguel Bosé era símbolo de pop elegante con tintes de vanguardia y progresismo político. Ahora es un negacionista de la pandemia con problemas tributarios y líos familiares.
Una pregunta reiterada en los casos de estrellas metidas en líos es el efecto en la popularidad. Distintos casos testimonian que los fans están dispuestos a empatizar y perdonar cuanto sea. El ejemplo más reciente es la reacción a favor de Johnny Deep en el juicio contra su exesposa, la actriz Amber Heard. Por más de treinta años sabemos de su carácter volátil con varias detenciones por peleas y destrozos, junto a sus atormentados romances desde que se tatuó el nombre de Winona Ryder, el noviazgo narcótico y alcoholizado con Kate Moss, y la larga relación con Vanesa Paradis, que terminó en separación hace una década. Su triunfo, a pesar de las acusaciones de violencia, envalentonado por el favoritismo del público, fue codificado como un retroceso al movimiento #MeToo.
Gloria Trevi e Isabel Pantoja han sido encarceladas para luego volver a la vida artística sin reproches por parte de sus seguidores, dispuestos a separar fechorías del talento. Los intentos de cancelación tampoco surten mayor resultado, como quedó en evidencia en el caso de Michael Jackson por acusaciones de pederastia, y las posturas ultraconservadoras de Morrissey. La gente soslaya al personaje privado cuestionado, mientras abraza a la figura pública. Al ídolo, se le perdona.