El carismático Peso Pluma impone los corridos tumbados como la última y exitosa variante del urbano en cóctel con la música regional mexicana, en tanto el productor y DJ argentino Bizarrap continúa en racha con sus sesiones donde invita a las máximas figuras del pop latino como Shakira y Nicky Jam. Puerto Rico y Colombia siguen siendo las mayores factorías de estrellas del reguetón y del trap con Bad Bunny y Karol G, respectivamente, mientras España aporta el talento de Rosalía y C.Tangana. ¿Y Chile? Bien, gracias.
Independiente de la opinión estética y moral hacia estos géneros y subcategorías musicales de mayor consumo en Hispanoamérica, desde niños hasta treintañeros, la escena chilena parece rezagada en el concierto regional. Si la fiesta, el desparpajo y el romance erotizado define a la mayoría de los artistas de este circuito, las figuras de nuestro país reinciden en la tristeza y la angustia como parte del arsenal lírico, tal como lo refleja, por ejemplo, el último álbum de Pablo Chill-E, uno de los máximos exponentes locales.
En mayo, el suicidio de Galee Galee provocó una discutible reacción en distintos cantantes de la movida urbana, responsabilizando a los comentarios en redes sociales, de la frágil salud mental de los intérpretes. Si bien la virulencia de haters y trolls escudados, muchas veces, en el anonimato es francamente odiosa, los artistas deben ser los primeros en asumir que su cometido se suscribe al escrutinio inmediato a través del aplauso junto a las ventas de discos y giras, más la popularidad en redes sociales.
Así también responde a los rigores del oficio soportar los malos comentarios y las reacciones de odio que, por lo demás, siempre han sido parte del mundo de los espectáculos. Que lo digan los Beatles, probablemente los primeros cancelados de la historia por las declaraciones de John Lennon sobre la fama de la banda por sobre Jesús, provocando una visceral reacción en el público estadounidense.
Es difícil que la escena chilena destaque en el urbano a nivel internacional si la vibra dominante es más bien pesimista y proclive a las quejas, mientras en el resto de Latinoamérica se comprende que su espíritu es esencialmente fiestero y gozador.