1984

Por Marcelo Contreras

Reeditan en Gran Bretaña el clásico de la literatura infantil Willy Wonka y la fábrica de chocolates de Roal Dahl, con el reemplazo o la eliminación de algunos términos para no herir susceptibilidades. Desaparecieron “gordo”, “loco”, “feo” y “negro”.

En la música, Delilah, el hit de Tom Jones de 1968, no puede ser interpretado en estadios, según confirmó la Federación Galesa de Rugby. ¿El motivo? La letra relata un femicidio.

En 2017, la Asociación Central de Estudiantes de Guelph, de la universidad homónima de Ontario, Canadá, se disculpó por incluir en un acto del campus el mayor éxito de Lou Reed, Walk on the wild side, publicado en 1972. ¿La razón? Según los estudiantes, su contenido es transfóbico.

«Ahora sabemos que la letra de esta canción es hiriente para nuestros amigos de la comunidad trans”, publicó la entidad en Facebook, “y nos gustaría pedir disculpas sin reservas por este error de juicio”.

“Holly vino de Miami, Florida”, dice parte de la letra. “Hizo autostop por todo EE.UU./ Se arrancó las cejas por el camino/ Se afeitó las piernas y luego se convirtió en ella”.

Las amistades del fallecido rockero neoyorquino quedaron perplejas. Reed fue pionero en visibilizar a minorías sexuales en su música, tuvo una pareja trans y el personaje, Holly, fue una figura transgénero estelar en la afamada Factory de Andy Warhol. “No sé si Lou se partiría de risa o lloraría porque es una estupidez», declaró Hal Willner, uno de sus productores. “Los estudiantes deberían centrar su ira en otras cosas y esta no lo es”.

En cada uno de estos actos se olvida que el arte, como toda acción humana, por cierto, está sujeto a un contexto y un relato histórico ininterrumpido. Podemos tener un juicio y condenar hechos y personajes del pasado —las cruzadas no eran precisamente un acto civilizatorio, Churchill creía en el derecho de las superpotencias a poseer colonias—, pero las barbaridades no están para ser borradas de la memoria, sino comprendidas y obtener lecciones.

Editar la literatura, el cine o la música en pos de resguardar la sensibilidad, recuerda la existencia dictatorial descrita por George Orwell en su novela 1984. El totalitarismo tiene muchas caras, aunque se disfrace de las mejores intenciones.