Rafael Sanzio: Quinientos años de su partida

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En 1520, con solo treinta y siete años, partía de este mundo el gran pintor Rafael Sanzio de Urbino, artista excepcional que junto con otras grandes figuras de la talla de Leonardo da Vinci y Miguel Ángel Buonarroti, representan la máxima expresión de un período al que conocemos como Renacimiento, aquella expresión y creación que identificamos tradicionalmente entre los siglos XV y XVI.

Nacido en Urbino en 1483, desde niño se formó en el mundo del arte, puesto que su padre, Giovanni Santi, fue pintor de la corte del ducado. Y si bien su progenitor nunca alcanzó la fama en un entorno de muchos artistas y calidad creativa, Rafael recibió el contacto con la pintura desde que tuvo uso de razón.

Lamentablemente, perdió primero a su madre cuando tenía solo ocho años, y tres años más tarde falleció su padre, por lo que, con tan solo once años, huérfano, tuvo que enfrentar la vida con tan terribles pérdidas. Al parecer desde niño estuvo bajo la tutela de varios maestros y también se formó en el taller que su padre tenía. Entre los artistas que se mencionan como responsables del aprendizaje de Rafael está el famoso Pietro di Cristóforo Panucci, alias, El Perugino, del cual recibió gran influencia. También de joven entabló amistad con quien fue otro destacado artista renacentista, Pinturicchio, con quien trabajó un tiempo en Siena.

Ya con más experiencia, se trasladó a Florencia terminando su formación y convirtiéndose en un pintor de renombre. En la ciudad del Arno, que había sido el epicentro del primer Humanismo y motor del cambio que llamamos “Renacimiento”, Rafael conoció la obra de notables artistas como Masaccio, quien había sido un icono del primer renacimiento, y que si bien es cierto había fallecido ya hacía más de siete décadas, seguía siendo inspiración y aprendizaje de nuevos artistas.

También durante su estancia en la Toscana tuvo la fortuna de conocer al gran Leonardo da Vinci, del que aprendió a mejorar la composición de las figuras. Durante el tiempo florentino, realizó varios trabajos, fundamentalmente encargos para el mundo privado, en el que fusionaba su talento natural con el aprendizaje de algunas técnicas de otros artistas. Así fue conformando un resultado propio y genuino, siendo muy valorado en el mundo del arte, donde además se transformó en un personaje muy querido porque, a la genialidad, Rafael agregaba una gran empatía y bondad.

Más tarde, en 1508, se fue a vivir a Roma, donde trabajó para el Papa Julio II, de quien recibió un encargo cuyo resultado sería extraordinario: debía pintar lo que hoy se conoce como “Las estancias de Rafael”, y que eran cuatro salas del Palacio Apostólico Vaticano. De ellas, una en particular se ha transformado en un icono del Renacimiento, “La Escuela de Atenas”, una de las pinturas más famosas del pintor, en donde se representa una gran sesión de filósofos y sabios de la antigüedad liderados por Platón y Aristóteles, en un escenario arquitectónico clásico. En suma, una obra maestra.

Su prematura muerte fue muy sentida en Roma, a tal punto que fue sepultado nada menos que en el Panteón —como él lo soñaba—, donde el epitafio de su tumba llora a este artista que en pocos años llegó a ser uno de los más grandes de la historia del Renacimiento: “Aquí descansa Rafael, por quien la Naturaleza, madre de todas las cosas, temió ser vencida y morir con su muerte”.

A quinientos años de su partida, valga este homenaje a un grande de la historia del arte, pintor, arquitecto y diseñador… genialidad pura.