Mi señora me comentaba que, a mitad de septiembre, anunciaban lluvias. Le digo que es normal, que cuando estaba en la Escuela Naval, casi siempre llovía el 19 de septiembre que nos tocaba desfilar en Santiago.
-Sí, ya me contaste, me responde.
-¿Y cuando volvimos con los pantalones blancos de color café, por el barro?
-También, me dice.
-¿Y cuando volvimos vestidos de cadetes militares, porque nos mojamos enteros?
-También, ya me lo has contado muchas veces.
Es que se me olvida. Me quedo callado, pero sigo recordando:
De regreso a la Escuela Militar, nos preparamos para volver, desfilamos por el centro de Santiago, hacia la Estación Mapocho, nos acomodamos en el tren y viajamos casi cuatro horas. Llegamos a la Estación Puerto, medio dormidos, formados para desfilar y rendir honores al Monumento Prat, subimos por Carampangue y luego de varias curvas llegamos a nuestra Escuela Naval.
Formados en el Patio Uno, se rendía cuenta al oficial de guardia, entregamos en la Sala de Armas las carabinas e instrumentos de la banda de guerra.
Finalmente, a la voz de Buenas noches cadetes, retirar… pero en lugar de ir a la cama, íbamos a los comedores a reponernos con un rico “valdiviano”.
Lástima que en dos horas, más o menos, suena la “diana” y hay que levantarse otra vez…