Una de las mayores crisis que visualizamos, ya no solo por la búsqueda de oportunidades sino que también por resguardar la vida, es sin duda, la migratoria. Estimaciones recientes señalan que habría más de 280 millones de migrantes, desplazados por variaciones extremas del clima y graves conflictos armados, que han abandonado sus historias de vida, sus afectos y pertenencias. Esta es también la historia de Bruno Catalano, que con 10 años debió embarcar con solo una maleta, llena de recuerdos, rumbo a Francia para dejar atrás Marruecos, su país natal. Experimentó entonces aquella sensación de pérdida que deja el viaje a personas forzadas a migrar, un sentimiento que más tarde plasmaría en sus esculturas de metal.
Bruno Catalano (1960 Khouribga, Marruecos) proviene de una familia migrante franco-italiana, radicada en el Norte de África, lugar en el que Catalano nace y que ha de abandonar para instalarse en Marsella. Pero su viaje no termina ahí; formado como electricista, se emplea a los 22 años en la Société Nationale Maritime Corse Méditerranée y se embarca para iniciar el mayor de sus viajes, que lo mantuvo navegando durante más de dos años, dejando en cada lugar fragmentos de su vida que no volvería a encontrar. En sus travesías visita Venecia, lugar que lo empuja a buscar en el arte la contención que le permita plasmar su sensación de pérdida y desarraigo, encontrando en Rodin, Giacometti y Bruno Lucchesi, inspiración. Se instruye en un taller de modelado y dibujo para luego proseguir una formación autodidacta, consiguiendo cuatro años más tarde su propio horno, el que le posibilitaría mayor experimentación, encaminándolo al bronce fundido. Es entonces cuando una eventualidad en la fundición genera un desgarramiento de material en el cuerpo de sus esculturas, generando un vacío de la materia y un encuentro con el sentimiento de desarraigo del artista.
Sus estatuas fueron dando forma a la familia Voyageurs, Los Viajeros. En ellas, deja siempre partes ausentes, habitualmente en el torso, como manifestación de los fragmentos de vida que han debido dejar atrás en sus viajes forzosos. «Busco el movimiento y la expresión de los sentimientos. Hago emerger nuevas formas de la inercia y logro suavizarlas para darles nueva vida», señala el artista. Voyageurs fue expuesto por primera vez en Marsella, 2013, y sus integrantes han viajado por todo el mundo. Recientemente su viajero «Pierre David», se ha sumado a las diez obras del Museo Subacuático de Marsella, cerca de la playa de Catalans.