Santiago Severin y la gran biblioteca de Valparaíso  

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Hace 100 años, un 17 de marzo de 1920, moría en Valparaíso uno de sus más grandes benefactores que la ciudad de Valparaíso ha tenido en su historia: don Santiago Severin Espina, un porteño de ascendencia danesa, quien tuvo la visión de apostar por un tesoro invaluable para la sociedad de su tiempo, y también para nuestros días: la educación y cultura, a través del gran edificio de la biblioteca que lleva su nombre.

Santiago Severin era hijo de un marino danés, nacionalizado estadounidense, Peter Severin, que se afincó en Valparaíso a mediados del siglo XIX y que entre otras actividades en el puerto ofició de práctico de bahía por muchos años. Su madre, era una chilena, Carmen Espina y Ramos con quien formó una gran familia de 9 hijos, el penúltimo de los cuales fue Santiago, nacido en 1868 en la ciudad puerto.

Formado en los históricos colegios porteños Seminario San Rafael y The Mackay School, gracias a su gran espíritu emprendedor, con los años se convirtió en un destacado comerciante y empresario de la ciudad. Posteriormente llegó a incursionar en la vida política local y nacional, siendo electo diputado por la circunscripción Valparaíso y Casablanca en el período 1912-1915. De igual forma, quiso ser alcalde de Valparaíso, pero dicho sueño no se vio cumplido al perder los comicios de 1918.

Durante el transcurso de su vida, sus preocupaciones fueron más allá de los negocios y la política, demostrando un alto interés por la vida cultural e intelectual de la ciudad. De ahí se explica que figure como miembro fundador de la Sociedad Científica de Valparaíso en 1896, y del Ateneo de la misma ciudad, establecido en 1899.

Sin embargo, de todas las obras que hizo por Valparaíso y su entorno, la más emblemática fue la generosa donación que realizó para construir un edificio para la biblioteca pública de la ciudad, notable gesto de filantropía que respondía a la necesidad de tener una infraestructura cultural acorde a una ciudad que, tras el terremoto de 1906, se había levantado desde las cenizas.

La biblioteca en realidad había sido creada en 1873 pero hasta la fecha de la donación, 1912, no tenía un lugar donde funcionar adecuadamente. Por ello, Santiago Severin decidió entregar una suma considerable de dinero para la edificación de una imponente sede, cuya construcción se desarrolló entre 1918 y 1919 y cuyo costo final ascendió a 600.000 pesos de la época —el doble de lo inicialmente proyectado— financiado en su totalidad por Severin.

Un hombre que resultó ser clave en la puesta en marcha del proyecto fue don Roberto Hernández Cornejo, destacado hombre del periodismo y letras de la ciudad, quien llegó a ser el primer subdirector de la biblioteca al momento de la inauguración del nuevo edificio en octubre de 1919, cargo ejecutivo que crearon las autoridades de gobierno tras nombrar al donante como Director Honorario de la misma.

En cuanto a la construcción, que aún hoy es una de las edificaciones más bellas de la ciudad, y Monumento Nacional desde 1998, fue levantado por los arquitectos Arnaldo Barison y Renato Schiavon —los mismos del Palacio Baburizza— quienes junto al ingeniero Augusto Geiger concretaron una obra monumental.

En suma, Santiago Severin pasó a la historia por ser un gran visionario y promotor de la vida cultural de la región. Lamentablemente partió prematuramente a los 51 años de vida, pero en su memoria se decidió que la Biblioteca Pública llevara su nombre. Que esta columna sirva de homenaje en el centenario de su muerte y como inspiración en tiempos complejos.