En marzo del 2006 se publicó mi primera columna, a la que, en conjunto con el equipo de Tell Magazine, denominamos Perspectiva Urbana. Nace con la intención de querer explicar, a juicio personal, la información que ocultan ciertas zonas y obras de interés. En once años, fueron más de ciento treinta columnas de opinión. Hoy retomamos el desafío con un sello migratorio, ambulante y aleatorio. Distintos países y culturas. Cascos antiguos, proyectos de vanguardia y experimentales, territorios privilegiados, patrimonio, evolución, criterios y cuidados. Tantas condiciones como cantidad de casos que iremos presentando.
Un sinnúmero de islas acompañan y protegen el borde costero de Croacia, transformándolo en un interesante laberinto marítimo. Si vienes desde el sur —desde el Mediterráneo—, las islas, por su posición, se transforman en una barrera natural. Si es desde el norte, ofrecen una entrada permeable al continente. Una de ellas, Korcula, reconocida por sus olivos y producción de aceite. Nos detendremos en su casco antiguo, ubicado en el extremo oriente. Una pequeña ciudad amurallada donde sus edificaciones, en gran parte, están confeccionadas con los materiales disponibles en la isla. Maderas, piedras y argamasa. Una suerte de barro que servía como mortero de pega, elaboración de ladrillos y estuco para las fachadas.
Por otro lado, la proximidad de sus edificaciones pone en evidencia un sistema de defensa que consistía en derramar ollas de aceite hirviendo desde sus ventanas a los invasores que corrían por sus callejuelas saqueando todo lo que encontraban a su paso. Finalmente, si buscas esta localidad en Google Earth, notarás que sus calles presentan una configuración similar a las espinas de un pescado. Esta solución buscaba evitar el acceso del viento al interior de la ciudad. En síntesis, materialidad, proximidad y ordenación volumétrica, terminan siendo soluciones autóctonas capaces de transmitir información de sobra como para entender y aprender de su historia. Aun presentado este valor patrimonial, y con absoluto respeto, deciden aceptar e incorporar la evolución y nuevas demandas de la sociedad, transformando las casas en restaurantes, bares y tiendas, algunas edificaciones de mayor tamaño en hoteles y museos. Todo esto bajo un plan regulador que realmente regula, permitiendo libertades acotadas con claridad de foco. Toda propuesta de intervención, por diferente que sea su autor, giro e inversionista, termina uniformado y acogido a la identidad del lugar. No hay alteraciones ni daños, por el contrario, surge una sana y educada activación urbana.
Richard Rogers, en el libro Ciudades para un pequeño planeta, plantea que el modo en que viven las personas cambia mucho más de prisa que los edificios que le sirven de soporte. Si no hay intención de que las edificaciones se adapten a los cambios, se transformarán en una pieza de museo o serán demolidas. De acuerdo con lo anterior, discrepo con aquella postura retrógrada que apunta a no tocar lo antiguo para conservarlo. Las cosas se echan a perder cuando no se utilizan. Los cuadros y esculturas se observan, la arquitectura se usa. Al intervenir lo antiguo, no solo tienes la posibilidad de ponerlo en valor y aprender de él, sino también, de mantenerlo energéticamente vigente.
Si el temor de estropear lo antiguo recae en la incertidumbre de lo que se le puede llegar a hacer, el cuidado debe estar en la norma. La culpa no es de quien hace, sino de quien deja hacer. Se apunta con el dedo a las inmobiliarias —entre muchas cosas— por construir en altura, densificando zonas que no están preparadas. ¿Es razonable que, por iniciativa propia, decidan hacer menos pisos de los permitidos restando utilidad al negocio? La culpa es de quienes tienen a cargo el Plan Regulador. Si no se ha logrado controlar algo tan simple como la cantidad de pisos o zonas a densificar, difícilmente se van a poner de acuerdo sobre los criterios para intervenir zonas patrimoniales.
PD: Sigamos mirando el patrimonio y aprenderemos de él mucho menos.