Por Marcelo Contreras
Parte con el final. Ya sabemos desde la primera secuencia del capítulo uno que Luis Miguel no es capaz de suspender un concierto en Paraguay, en 1992, cuando le informan que su padre, el cantante Luisito Rey, agoniza. Ese aparente acto de frialdad merece una explicación y Luis Miguel, La Serie, consiste en responder cómo un hijo llega a despreciar al padre. Luis Gallego, su verdadero nombre, supo encauzar con rigor colindante al maltrato, un talento extraordinario para convertirlo en un éxito inigualable en la historia de Latinoamérica.
El Rey Sol como le llaman en México, figura acostumbrada a no enfrentar rival alguno en toda su trayectoria artística de treinta y siete años y contando, tuvo un villano en su propia vida y así lo detalla esta serie que cuenta con su autorización y producción ejecutiva, basada en el libro Luis Mi Rey (1997), del periodista Javier León Herrera. La acción aborda la primera década de su estrellato y se subdivide entre constantes flashbacks a los primeros años, las postrimerías de los ochenta y el arranque de los noventa. Luis Miguel es un niño y más tarde un joven sometido al carácter imposible de su padre, básicamente un tahúr que encuentra en su hijo una mina de oro y comienza a explotarle, junto con coartar la existencia de su esposa, Marcela Basteri, desaparecida desde 1986.
Con las convincentes actuaciones de Diego Boneta (27), como el cantante, y de Óscar Jaenada (43), en el rol de su padre, junto a un excelente casting para encarnar al astro en su niñez y adolescencia, la serie consigue despertar empatía hacia un artista rotundo e inigualable, a la vez lejano en su relación mediática y con los fans. Ahora se le entiende mucho mejor. No había nada bueno que escarbar y contar de esos inicios donde Luis Miguel enfrentó la bancarrota y un temprano abuso psicológico y del alcohol, asuntos donde su padre influyó muchísimo. Tras la luz del Rey Sol había demasiadas sombras.