El poeta medieval persa Sa´Di señaló: “el jardín es una delicia para la vista y un consuelo para el alma”. Probablemente, el británico Edward James compartía también este pensamiento y persiguiendo un manojo de sueños, creó uno de los jardines más espectaculares en medio de la selva mexicana: Las Pozas de Xilitla, en San Luis de Potosí.
Edward James (1907-1984), vinculado a la realeza y heredero de una gran fortuna, estudia literatura en Oxford y se convierte en uno de los más interesantes y excéntricos mecenas y coleccionistas de arte surrealista. En el verano de 1945, viaja a Ciudad de Valles en México y queda encantado con otra de sus pasiones: las orquídeas. Se entera de que podría hallarlas naturales en Xilitla e inicia su búsqueda junto a su amigo Plutarco Gastélum.
La historia cuenta que mientras exploraban la zona una nube de mariposas los rodeó y, como si de una señal divina se tratara, el escritor decidió realizar allí su mágico jardín. Pero una tormenta acabó con todo en 1962. Este fue el punto de inflexión para James, quien comenzó la construcción de un jardín perpetuo en hormigón rescatado desde sus sueños, con portones mágicos —como en Alicia en el País de las Maravillas—, con esbeltas estructuras de hormigón ostentando capiteles que emulan flores gigantes y arcos góticos extraordinarios, con pabellones de niveles indeterminados para la contemplación del paisaje y con escaleras que concluyen en el aire para aproximarnos al cielo.
Un proyecto artístico inspirado en el método Paranoico Crítico, creado por su amigo Salvador Dalí, o más bien, el de un hombre esteta un tanto megalómano, como él mismo lo señalaría, capaz de ver todo un universo en una sola gota de agua. Por más de treinta años construyó un refugio mágico en armonía con la naturaleza, con decenas de laberintos que acaban en cascadas y pozas de agua, un silencioso mundo imaginario que trastoca la percepción de la gravedad, el tiempo y el espacio, la mayor instalación surrealista permanente que trasciende a los ciclos de la vida.