Cavtat

Por José Pedro Vicente, arquitecto Instagram @vicentearquitectos

Un pueblo costero, que, a juicio personal, se caracteriza por la forma en que sus tierras se aproximan al mar. Dos bahías juntas formando una suerte de “doble uve”, donde gran parte del pueblo se emplaza justo en el centro de esta letra. Esta característica no solo da origen a dos concavidades con aguas calmas, costaneras y paseos peatonales, sino, además, permite pasar de una bahía a otra por un tramo equivalente a media cuadra. Cuando pensabas que tu recorrido llegaba a su fin, se duplica, más que en tamaño, en identidad.

Fundada por los griegos, luego tomada por los romanos y saqueada en innumerables oportunidades por distintos pueblos, Cavtat sigue ahí con las huellas de los hechos que le tocó experimentar. La historia es acumulativa. En mil años más, las intervenciones actuales serán parte de las marcas que otros leerán en la ciudad. Pese a su antigüedad y a su configuración, se perfecciona el borde con obras civiles que permiten recorrerla principalmente a pie, contemplarla y usarla. Las edificaciones dejaron de ser vestigios del pasado para convertirse en comercio. Lo importante es que primero la entendieron y luego proyectaron con respeto.

Cuántos casos nos ha tocado ver donde el desconocimiento y las ganas por arrasar sobrepasa la voluntad de hacerlo bien. En plena pandemia, la tecnología —en muchos casos— permitió trabajar desde las casas, pudiendo reubicarnos en cualquier zona y cumplir con nuestras responsabilidades. En consecuencia, surgen cientos de loteos agrícolas con miles de terrenos disponibles sin haber confirmado antes la viabilidad de funcionar —todos en simultaneo— con edificaciones encima. Esta realidad no planificada devasta despiadadamente el potencial rural. No voto por no hacerlo, sino planificar el cómo. Mismo efecto en zonas urbanas como Valparaíso, la cual, luego del reconocimiento de la UNESCO como patrimonio de la humanidad, aflora el apetito por querer estar ahí. El problema es que, para conseguirlo, se aprueban innumerables torres de vivienda sin relación alguna con su esencia urbana. Paradójicamente, por querer estar en dicho lugar, a partir de estas torres que permiten este beneficio, rápida y precisamente son las que hacen que el lugar deje de ser el que quieren habitar. Tenemos potencial, pero la norma no lo protege. La mirada cortoplacista indica que es más rentable arrasar, pero con un poco de proyección, solo un poco, puedes refutar ese criterio miope y mezquino.

Es lamentable y vergonzoso saber que no son los únicos ejemplos. Las dunas de Concón, el mall de Chiloé o el centro de Santiago, que, por temor a que quede en desuso, incentivaron la densificación aprobando la proliferación de guetos verticales. Extraña confusión entre hacer sin importar cómo y planificar buscando sinergia entre proyecto y preexistencia.

Cavtat es un ejemplo más de aquellos pueblos donde su identidad se mantiene vigente a pesar de experimentar intervenciones. Al caminar por sus cerros y escaleras no dejas de ver la costa y la relación de la ciudad con el agua. Sus edificaciones de altura media-baja, densifican, pero no sobrecargan. Se uniforman sin querer destacar una por sobre la otra, por el contario, solo todas juntas consiguen el potencial. El trabajo de borde costero busca, por una parte, fomentar la llegada por agua, y por otra, enriquecer la experiencia de quien la recorre por tierra. Finalmente, se origina un destino de interés turístico, que le da rodaje y la mantiene lubricada pese a su antigüedad.

PD: Si no sabe hacerlo, copie. Más sano que embarrarla.