Caballos en la Patagonia: Las impresionantes fotos de Lena Bam desde el sur de Chile

Desde Siberia hasta la magia del sur chileno, la fotógrafa rusa, Lena Bam, encontró en la Patagonia un refugio para el alma y un escenario natural donde los caballos, el viento y la luz se convierten en poesía visual.

Texto por María Inés Manzo C. / Fotografía: Lena Bam

Lena Bam no estudió fotografía. Su lenguaje visual se formó editando videos y aprendiendo a través de la cámara de fotos de manera autodidacta. Hoy, radicada hace más de una década en la Patagonia chilena, ha hecho de su lente una extensión de su sensibilidad. “No busco imágenes, las imágenes me encuentran”, señala. Su trabajo es una invitación a detenerse, a contemplar lo esencial y a dejarse tocar por aquello que no se puede explicar con palabras: un grupo de caballos al atardecer, el vuelo de la bruma o la nobleza de un animal que nos observa en silencio.

Guía certificada del Parque Nacional Torres del Paine, jinete, artista visual y filmmaker, Lena llegó desde Rusia a Chile sin hablar español. Nacida en Novosibirsk, criada en Moscú, y formada en dirección de cine y televisión, su primer vínculo con la imagen no fue a través de la fotografía, sino del video: “Aprendí a respirar a través de la cámara y a capturar atmósferas en imágenes vivas”.

Vivió seis años en Indonesia, desde donde tuvo la oportunidad de viajar a muchos lados y el planeta entero se convirtió en su hogar. Hasta que una invitación inesperada la llevó a cruzar el mundo y grabar un video en Chile para una familia de escaladores. “Mientras mi mente cuestionaba por qué tenía que ir tan lejos, mi alma ya sabía que necesitaba esa aventura”, recuerda. Así llegó a la Patagonia.

En sus imágenes no hay artificios ni escenas montadas. Hay presencia, contemplación y respeto. “Para mí, lo más importante es respetar el momento, no forzarlo. Los caballos sienten todo, así que si yo estoy presente y en calma, a veces ocurre esa conexión… y la imagen simplemente llega”.

PODER Y SENSIBILIDAD

Los caballos ocupan un lugar central en su obra. No porque los busque, sino porque aparecen. “A veces siento que esta conexión viene de vidas pasadas. Yo creo en eso”. Si bien no creció con caballos, desde niña sintió algo especial al verlos. La primera vez que montó a pelo, fue con gente local de Tatarstán, al sur de Rusia. “Tenía miedo, pero después sentí una fuerza dentro de mí como nunca antes. Sentí que se despertó algo”.

Esa mezcla entre poder y sensibilidad es lo que más la conmueve: “Son animales poderosos, pero muy receptivos. Si uno se acerca con respeto y calma, se abren de una forma muy honesta. Siento que los caballos son espejos. Reflejan lo que llevamos dentro, incluso cosas que a veces no queremos ver”.

Para Lena, fotografiar es un acto íntimo. No hay planificación rígida, sino atención al entorno, al ritmo propio del paisaje. “Primero busco la composición con los ojos, me imagino la imagen. Y luego me posiciono a la distancia adecuada. Se trata de estar atenta, presente y en sintonía con el momento”.

“Con una fotografía de caballos quiero mostrar algo más que su fuerza o belleza: ese espíritu libre y salvaje que siento profundamente cercano. Para mí, no son solo animales, sino seres que viven en profunda conexión con la tierra y con lo más auténtico de la naturaleza”, agrega.

LOS VIENTOS

Una de sus imágenes más significativas se llama Los Vientos, tomada durante una travesía a caballo en Puerto Natales, cuando apenas se había mudado a la Patagonia. “En medio de la pampa, en una de las estancias, vi a lo lejos una tropilla de caballos ariscos. De pronto los escuché galopar y comenzaron a girar en círculo a mí alrededor. Fue un momento mágico. Bajé de mi caballo y empecé a tomar fotos”. Esa escena marcó un antes y un después. Era su reencuentro consigo misma.

Hoy, Lena divide sus días entre guiar en el parque nacional, realizar encargos fotográficos para estancias o personas, salir con su cámara junto a otros fotógrafos por Torres del Paine o, simplemente, cabalgar sin rumbo con su marido, compartiendo mates y picnics. “Me inspira poder mostrar lo que muchos no ven: la vida rural en las estancias, su gente, los animales en su libertad… otra forma de vivir, más simple y auténtica”.

A través de su lente, invita a detenerse. A mirar más allá de lo evidente. A reconectar con lo esencial. “Me gustaría que quien vea la imagen pueda sentir eso: una pausa, una conexión con la naturaleza. Que les recuerde algo que tal vez habían olvidado: la belleza de lo simple, el valor del silencio, el poder de lo auténtico”.

“Las fotografías, de cada fotógrafo, reflejan una parte de su interior. A veces, a través de las imágenes, se puede leer a una persona —no necesariamente cómo es en su vida cotidiana—, sino aquello que guarda para sí, su mundo interior. Ese espacio íntimo que a veces no se muestra con palabras, pero que sí se revela en una imagen”, concluye.

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