La postmodernidad denota un cambio de paradigmas en la valoración de las relaciones entre quienes habitamos los espacios territoriales y culturales. En este contexto, donde la naturaleza y el medio ambiente se visibilizan, resaltaremos un tema que al parecer forma parte de la cultura del olvido, me refiero a los árboles originarios o autóctonos de nuestra tierra, cuya extinción puede ser por una omisión de lo cotidiano o por confundirlos con especies semejantes transferidas desde Europa o Asia.
Benjamín Vicuña Mackenna, en 1856, nos alertaba sobre el futuro de nuestros bosques originarios y milenarios, ante su desaparición ocasionada por los ciclos climáticos y por la acción depredadora del hombre industrial y la explotación desmedida de las especies arbóreas para generar la energía a vapor. Trataremos de identificar y resignificar este patrimonio natural destacando su integración a la vida cotidiana de nuestra cultura material, ya sea como parte de la herbolaria medicinal de nuestros ancestros y su permanencia, o bien, por su utilización económica y cultural.
Tal vez el árbol de mayor relevancia por su simbolismo étnico y como parte de una cosmovisión y filosofía de vida sea el canelo (Drymis chilensis), que crece desde el valle del Limarí hasta Valdivia y que podemos presenciar en toda su exuberancia y envergadura, con quince varas de alto, en el valle de Quilimarí, cerca del tranque Culimo, señoreando los petroglifos en las quebradas del cerro Blanco. Su forma elegante, de tallo rojo, flexible y derecho es capaz de soportar un ramaje semejante al laurel. Para las sociedades reches o mapuches, es el símbolo sagrado de su cosmovisión de vida. La justicia y la paz se administran desde su follaje, lugar en que se celebran las reuniones comunitarias. Los machis tienen un canelo en la puerta de su vivienda y para obtener sus visiones beben el brebaje que extraen de sus hojas para responder a las consultas sobre situaciones del futuro o el pasado.
Las propiedades medicinales del canelo las registra la historia desde 1577, para tratar el escorbuto; se introdujo a Europa como tónico y estimulante. Se aplicaba para el mal de estómago, muelas y para mitigar los dolores de las úlceras. Se usaba en baños para aliviar a los paralíticos o como fuerte infusión para tratar la sarna. También su fumigación servía para secar las fístolas y úlceras. Su madera era un preservativo contra la polilla. Al contener el ácido tánico fue empleado en las curtiembres.
El guayacán o palo santo (porliera hygnométrica), presente desde Coquimbo a Colchagua, es más arbusto que árbol y su madera es preciosa. Tan dura que se utilizó para fabricar peines, bolas de billar. Se le conoce como palo santo por sus propiedades antisifilíticas y es administrado en baños para el reumatismo. También tiene propiedades jabonosas; actualmente está prohibida su explotación, pues su extinción era inminente.
El molle (Litrea molle), cuya madera es muy dura y se empleaba para masas de carretas y horcones de viviendas. De su fruta se puede elaborar chicha de agradable sabor y apreciada por sus cualidades higiénicas. Se usaba para sosegar los nervios.
El chañar cuyo fruto agridulce y muy apetecido alimentó por siglos a las poblaciones originarias, hoy tiene una revalorización en la región de Atacama por las agrupaciones comunitarias como un emprendimiento para rescatar su fruto para elaborar mermeladas, arrope y bebidas de agradable sabor.