Ahimsa es “no dañar, no violentar”. Ahimsa, principio de vida y virtud máxima de la civilización de India, fue fundamento del entramado filosófico y religioso que se trasformó en el hinduismo, el jainismo y el budismo. Ahimsa es la medida de la acción –del karma (lo que damos, luego recibimos).
Si alguien se abstiene de dañar (anuvrata), evita consecuencias, que son siempre dolorosas. Superlativamente, si alguien se propone alcanzar un alto bien espiritual, debiera practicar una severa abstención (mahavrata), como pobreza, celibato, veracidad, para no dañar a cosa ni sustancia alguna. En la historia reciente, gran exponente de la filosofía de la ahimsa fue Mohandas K. Gandhi, quien la puso en práctica al oponerse sin violencia a las políticas del imperio británico. Su doctrina consistía en la “resistencia pasiva” (Satyagraha), es decir, protestar sin violencia. De esa manera, Gandhi y su gente le doblaron la mano al imperio británico en Sudáfrica en 1906, y luego en la India, desde 1917. Satyagraha fue la táctica eficiente que jamás los británicos pudieron vencer porque nadie se les oponía; en sí no tenían enemigo a quien combatir. Gandhi lideró y llevó al éxito al movimiento independentista a través de la sumisión, pero reservándose el derecho a la no cooperación. No hacer nada que fuese percibido como incorrecto.
Gandhi fue enfático en el principio de la no-violencia a todo nivel, incluso en las palabras y declaraciones de manera de mantener la tranquilidad mental, para la plena comprensión del proceso libertario. Y lo logró. La India fue libre gracias a Gandhi, y sobre todo gracias a su doctrina de no violencia. Estas ideas tuvieron mucha importancia en otros procesos contemporáneos como el Civil Rights Movement de Martin Luther King, en Estados Unidos. La desobediencia civil ha sido bandera de lucha de muchos líderes, aunque no a todos les ha resultado ni ha sido siempre usando métodos limpios. Hay casos como el de Nelson Mandela en Sudáfrica, que giró hacia la estrategia pacífica, cumplió su condena en prisión y salió fortalecido. Ganó democráticamente y fue elegido como primer mandatario negro que encabezó su país. Pero, también hay líderes tenebrosos, que han cumplido penas de presidio, y cuando fueron libres arrastraron a su pueblo a los peores capítulos conocidos.
En Chile, del desastre de octubre se ha transitado hacia las deliberaciones y búsqueda de soluciones. Entre medio, hemos visto a políticos importantes, y otros que quisieran serlo, llamando a la desobediencia civil, o social, reivindicándola como derecho intrínseco del ser ciudadano, cuestión que ha sido muy bien contestada por académicos, como Carlos Peña (El Mercurio, 08.12.19, D-9). En “Las máscaras de la violencia”, Peña identifica a la desobediencia civil como una objeción de conciencia que consiste en un deliberado incumplimiento de una ley tenida como injusta, y por tanto el pasivo sometimiento a la pena que se impone. La integridad y valía del que se somete mansamente es un acto libertario, emancipador, y es fundamento de cambio (la moral, como mayor fuente de derecho –mores maiorum). Hace más el que sin resistir señala la injusticia, que el que agrede a la autoridad y se opone con violencia.
Sin embargo, la violencia puede ser de muchos tipos y venir de muchas partes. Entonces, algo ha fallado como para que haya tantas personas justificando la violencia, cualquiera esa sea. Vuelvo a la idea original de este escrito: Ahimsa, que en sí es una negación (“A”, privativa + himso, que es herir, dañar, incluso matar). Quizás hablamos demasiado, quizás gastamos mucho; quizás ahora comemos en exceso y derrochamos irresponsablemente los recursos.
Y todo eso, sin duda, es muy violento. Quizás habría que abstenerse más, restringir y aprender a vivir con menos. Pero, ¡libremente! Sin embargo, y a la vez, una cosa es la libertad, herencia y tesoro que debemos cuidar a como dé lugar; otra, el exceso y abuso de ella. La opinión y el diálogo —decía Sócrates— son el valor del ser humano. El pensamiento creador encauza la civilización. El debate, el respeto, la reflexión son pilares de un sistema democrático, que por el contrario decae cuando las palabras son insustanciales, el pensamiento vacío de fuerza y contenido, y el corazón se envanece en la frivolidad y la desmesura. Sin violencia, sin levantar la voz, la razón se impondrá por su propio peso.