Mi propuesta para el 2026 es que volvamos a creer en nosotros mismos, en nuestros talentos, en nuestras capacidades y en nuestras comunidades. Y desde ahí, volver a crear: nuevas ideas, nuevas soluciones, nuevas alianzas, nuevos futuros. Que este fin de año nos encuentre soñando en grande, y que el próximo nos encuentre creando juntos.
Cerramos un año intenso. De esos que dejan preguntas abiertas y que, para muchos, puede dejar una sensación de que estamos avanzando más lento de lo que quisiéramos. Un año donde la incertidumbre se volvió parte de la conversación cotidiana y donde, poco a poco, en Chile, fuimos bajando las expectativas, moderando los sueños y dejando algunas ideas guardadas “para después”. Pero los países, igual que los emprendimientos, no crecen cuando se repliegan, crecen cuando se atreven, y hoy, más que nunca, Chile necesita volver a creer: creer en su talento, creer en su creatividad, creer en que aún tenemos esa capacidad inmensa de diseñar soluciones nuevas cuando trabajamos juntos. Porque la creatividad es un músculo que se entrena, y la confianza es su combustible.
El ecosistema emprendedor chileno necesita recuperar un pacto básico: la confianza. No hablo solamente de financiamiento o apoyo institucional. Hablo de la confianza en el otro, en el equipo, en el país, en el futuro. Precisamente de eso da cuenta la Encuesta Bicentenario UC publicada a fines de octubre, donde las expectativas sobre el desarrollo del país alcanzaron su punto más alto en quince años: 59% de las personas encuestadas cree que en diez años más, Chile habrá alcanzado —o al menos avanzado— hacia la condición de país desarrollado. En 2022, esa cifra era de apenas un 37%. Después de un largo tiempo de rezago, las personas se están permitiendo pensar que las cosas pueden cambiar de rumbo y para bien.
Si algo aprendimos de las grandes transformaciones que ha vivido Chile en las últimas décadas es que el progreso viene de la mezcla entre talento, colaboración y convicción. Por eso, quiero imaginar 2026 como el año en que volvemos a creer para desatar una nueva ola de creación.
Creer en Chile es creer en su capacidad de crear. Nuestro país no se construyó desde la comodidad: se construyó desde el hacer, desde el prototipar, equivocarse y volver a intentar.
Ad portas de un nuevo año, no podemos permitir que el miedo o la desconfianza frenen las ideas que podrían mejorar la vida de miles de personas. El futuro no es algo que nos ocurre: es algo que se crea y el talento que hay en Chile tiene todas las condiciones para diseñarlo. Pero para eso necesitamos pasar del diagnóstico a la acción. Que cada emprendedor, cada empresa, cada institución, cada persona que forma parte del ecosistema se comprometa con una acción creativa concreta este año. No cien. Una. Una acción que abra un espacio, que habilite una oportunidad, que conecte con alguien distinto, que financie un prototipo, que acompañe a un emprendedor joven, que permita que una idea avance. Pequeño o grande, lo importante es que exista.
La creatividad no ocurre en soledad. Ocurre en red. Chile necesita más redes y menos trincheras; más colaboración y menos sospecha; más prototipos y menos presentaciones; más manos a la obra y menos brazos cruzados. Volver a creer es un acto político, social y creativo. Es decidir mirar al otro no como adversario, sino como aliado. Es recordar que la creatividad se construye desde la diversidad. Es entender que el futuro de Chile depende de que muchas más personas se atrevan a crear. Y eso no es ingenuidad: es estrategia. Un país sin creatividad es un país sin futuro. Un país que no cree, no crea. Y un país que no crea, no avanza.


















