Plaga es una gran calamidad que aflige a un pueblo. La palabra viene del latín, se escribía igual, plaga, y significaba “llaga, úlcera”, porque se refería a pestilencias como la lepra, con enfermos llenos de terribles heridas. También significa infortunio, un mal que puede zaherir a una nación, pero que ofrece el consuelo de ser temporal. En ese caso, declaro al eufemísticamente nominado “estallido social” como una plaga que ha malherido a personas y ha ajado ciudades pero que, como llegó, desaparecerá.
Plagas hubo siempre. Tal vez las más famosas son las que azotan a Egipto; castigo de Yahvé a Ramses II (que reina entre 1279 y 1213 a. C.), quien con porfía no quería dar libertad a los hebreos. Los sucesos referidos en el libro del Éxodo tienen carácter de relato tradicional más que de registro histórico. No obstante hay constatación moderna que respalda la leyenda: cambios climáticos que trastornaron flora y fauna africana, y la variación causó males de todo tipo. Hay evidencia que en el siglo XIII a.C. Egipto tuvo una importante pérdida de población (hambrunas, seguida de crisis social) y hallazgos arqueológicos insinúan una emigración masiva hacia el noreste, incluido un hallazgo submarino bajo el Mar Rojo, de un ejército completo con carros de combate y caballos, que se habría hundido y ahogado de modo inexplicable.
Otras pestilencias tristemente célebres son las plagas que azotan Europa al finalizar la Edad Media. Muchas de esas infecciones fueron traídas por los cruzados que volvían de la Palestina; esta vez el castigo fue para los cristianos por sus atropellos y maldades. Por dos siglos, las epidemias se sucedieron en el viejo continente, siendo la más tristemente recordada la llamada peste negra, que acabó con la mitad de la población europea. Esa sí que fue una cuasi extinción. Por mucho tiempo se culpó a las pulgas y a las ratas; pero, igual que hoy, la culpa no es de los animales sino de los humanos, de la suciedad, de la falta de higiene, del desorden y promiscuidad en su sentido más amplio.
Los españoles y portugueses trajeron enfermedades a América, y murió más población indígena de gripe y otras enfermedades comunes que por balas o por torturas, como es el manido argumento de los que tejieron la así llamada “Leyenda negra de América”. Lo mismo pasó con extinciones masivas de población nativa en islas oceánicas del Pacífico. Navegantes y exploradores repartieron virus y bacterias por los archipiélagos, y redujeron la población en algunas partes casi a cero. Ojo por ojo, en algunas islas hicieron cazuela con los europeos apenas ponían pie en la playa. En una columna anterior ya mencioné a un rey de Fiyi (o Fidji) que se ufanó de haberse manducado a lo largo de su vida a doscientos europeos.
Hoy, justo en el año de la rata, el infortunio ataca a China. ¿Mala suerte? No lo sabemos. China ha vivido muchos momentos difíciles y siempre se repone y saca ventaja de la mala racha. China ha tenido sus mejores momentos en períodos de filoso control central. Durante la dinastía mongola o Yuan (1264-1368) desde Khanbalik (la ciudad del Khan), China dominó buena parte del Asia Oriental. Se escapó de milagro Japón (el viento Kamikaze, que hundió la flota china que venía a invadirlos) y quizás gracias a eso se salvaron de otros males. Los mongoles, una férrea casta militar, lograron enderezar el enorme imperio e hicieron funcionar la pesada burocracia; aunque también fueron magnánimos, favorecieron la cultura y el comercio. Por entonces la Ruta de la Seda vive su edad de oro. Pero sequías, pobreza y hambrunas desencadenaron enfermedades y una gran mortandad; el desastre fue de tal magnitud que significó el fin de los mongoles y el ascenso de la dinastía Ming (1368–1644).
Los Ming abandonaron la Ruta de la Seda, ahora insegura y en manos de enemigos, y desviaron la atención hacia el Sur. Las exploraciones del almirante Zheng-he (hablamos de él en una columna anterior) abrieron el comercio marítimo y la conexión con Occidente. Y pudo ser una vez más que las infecciones llegaran vía marítima. Hacia el año 1500, se desencadenó una pandemia de tal magnitud que, en diez años, murió la mitad de la población. No hay registro exacto del desastre, pero el imperio chino cerró las fronteras y no admitió a nadie por largo tiempo. Eso explica los rodeos de los europeos en torno al Celeste Imperio y la apertura de colonias en Filipinas e Indochina. En tanto, China tiene una lenta pero firme recuperación en que se fomentó la vida familiar y todo lo necesario para incrementar la población. Entonces, un nuevo renacer llegó bajo la dinastía siguiente y última: los Manchúes o Qing.
No digo que hoy haya gato encerrado, o acuse maquiavélicas maquinaciones. Pero hay mucha necesidad de mejorar el lazo con los Estados Unidos —que está en su mejor momento—, mostrando control, responsabilidad y eficacia. Hay necesidad de unión interna; y además crear la confianza internacional para su capacidad de realizar pacíficamente su proyecto de La Franja y la Ruta. No nos quepa duda que de la calamidad los chinos sacarán pecho y provecho.