El cliché del punk dice que se trata de tres acordes y un montón de rabia, pero hacia 1979 y después de dos discos de relativo éxito, The Clash se sentía atrapado y frustrado en esa fórmula. El último álbum Give ‘em enough rope (1978), producido por Sandy Pearlman, les había dejado un sabor amargo. El tipo era demasiado puntilloso y exigente para los estándares del grupo. La composición tampoco avanzaba mucho mientras el sello CBS presionaba por nuevo material y no tenían manager. Parecía una tormenta perfecta para acabar con The Clash, tal como había sucedido con The Sex Pistols, sus camaradas en la gestación del punk, desintegrados a esas alturas.
Ante cada problema, el cuarteto aplicó una solución. Contrataron un nuevo manager, que a su vez encontró una sala donde componer y ensayar reseteados con la idea de superar los límites del punk. “Comenzamos a ampliar nuestro estilo musical y pensamos que podíamos hacer cualquier tipo de música”, diría el guitarrista Mick Jones, uno de los líderes junto al cantante Joe Strummer.
La decisión de Guy Stevens como productor fue absolutamente temeraria, pero consciente del fogonazo que exigía ese momento de renovación. Stevens era un arma de doble filo. Había sido fundamental como DJ, representante y productor en la escena británica de los sesenta, pero el alcoholismo lo había convertido en un tipo irascible e intratable. The Clash logró transformar la violencia de Stevens en un aliciente para un álbum doble donde ampliaron el vocabulario del punk hacia el jazz, el reggae, el R&B y el ska en formato pop sin transar el filo del punk. Aquella actitud de vida, que en la visión política de The Clash se inclinaba hacia la izquierda, obligó a CBS a vender London Calling, álbum doble de diecinueve canciones, al precio de uno.
En medio del éxito y la reputación alcanzada por el disco lanzado en diciembre de 1979 en Inglaterra, el sello acuñó una sentencia promocional que hasta hoy hace honor a The Clash: la única banda que importa.