Con la punta del zapato

Por Marcelo Contreras

Caminaba tranquilo por un acceso hacia prensa en el Estadio Nacional para la cobertura de un concierto de Iron Maiden, cuando unos fans gritaron ofensas a Carabineros. Con gran iniciativa, un efectivo de fuerzas especiales emprendió un carrerón desaforado. Como me encontraba en su trayecto, me empujó contra las rejas cual partido de rugby, todo insólito y gratuito.

En el polémico último concierto de Metallica en Santiago, marcado por demoras y desorden en los accesos, no pude ingresar debido al caos. El portón se cerró dos veces en mi cara.

En Chile, colecciono varios recuerdos no gratos de ese tipo. Se trata de eventos musicales de inversiones y ganancias millonarias que, por esencia, debieran ser sinónimo de diversión en un ambiente bajo control. Guardias prepotentes, público de zonas VIP que se encarama a las butacas obstaculizando la vista de las localidades más baratas, y riesgos de avalanchas humanas por vías de evacuación estrechas, como ocurrió en la última edición de Lollapalooza.

Fui testigo de la respuesta a garabatos de altos ejecutivos de una productora, cuando un grupo de asistentes concurrió a exigir devolución del dinero por el pésimo audio de otro concierto de Maiden, aquella vez en la pista atlética del Nacional.

En mi experiencia cubriendo shows en el barrio sudamericano —Argentina, Perú y Brasil—, el trato siempre ha sido deferente, sin ese tono de favor y hastío del medio local. Qué decir EE.UU. o festivales en Europa, donde están dadas todas las condiciones para trabajar, en tanto el público disfruta de buen servicio y comodidades como el consumo de alcohol, un asunto aún complejo en Chile. Aunque el país está inserto en el circuito internacional de música en vivo desde 1989, las condiciones son irregulares. Faltan recintos en Santiago, otros en regiones están subutilizados —el caso de la Quinta Vergara—. El público suele recibir pésima atención con localidades que no se respetan, retrasos y fallos de diversa índole que quedan impunes. Una industria que cobra entradas con valores de Primer Mundo brindando un trato de tercera categoría.