El juego del calamar

Por Marcelo Contreras

NETFLIX

En este 2021, Netflix invirtió quinientos millones de dólares en Corea del Sur, superando, en un solo año, el gasto total de la plataforma, desde que empezaron a producir en la superpotencia asiática en 2015. Los resultados se reflejan en el éxito mundial de esta serie, uno de los hitos de audiencia para la empresa de streaming, que ha superado a otros éxitos en diversos idiomas como La casa de papel y Lupin. El juego del calamar no es particularmente extraordinaria ni párrafo aparte en la casilla dramática, pero pulsa ciertas cuerdas que resuenan a la mayoría, bajo acción sanguinaria y suspenso permanente.

Seong Gi-hun es un completo desastre. Tiene una hija pequeña de un matrimonio deshecho, vive con su madre anciana y enferma a quien roba para apostar, sumando deudas por varios ceros y acreedores dispuestos a sacarle órganos. Cuando toca fondo, recibe una misteriosa invitación para participar en un concurso con un premio millonario. La cifra es brutal y así también las condiciones de cada partida, basada en algún popular juego infantil en un sitio donde cientos de participantes, todos con historial de deudas, están recluidos y deben luchar por mantenerse con vida.

El juego del calamar ofrece violencia estetizada que remite a la tradición del cine surcoreano y clásicos como La Naranja Mecánica (1971) —el uso de la música sinfónica como presagio de barbarie—, y una galería de personajes difíciles de empatizar por arruinar sus vidas y entornos, y a la vez fácilmente reconocibles. El amigo o familiar en apuros por dinero integran un reparto conocido por la mayoría.

Según su director y guionista, Hwang Dong-hyuk, la trama “es una fábula sobre la sociedad capitalista actual” llevada al extremo. Puede ser, aunque la mayor parte del tiempo se trata de acción propia de un videojuego entre decorados infantiles, como una manera de suavizar el horror y la violencia. Aunque suena duro, no lo es, sino diversión para pasar el rato.