María Luisa Ginesta: Esa otra mirada

escritora

Su ópera prima La llave fue el puntapié para la creación de la Fundación EntreTodas, una instancia de encuentro para mujeres vulneradas y una de las maravillosas consecuencias de este libro, que más allá de hablar del abuso, propone una mirada profunda desde la sanación y una instancia cierta de conversación. “Siento que una vez que cerré mi proceso este libro cobró vida propia”.

Por Macarena Ríos R./ fotografías Andrea Barceló A. y gentileza entrevistada.

Con una llave y un cuento. Así parte este libro, que nunca pretendió serlo. Inspirado en un largo y dedicado manuscrito —“envuelto en una cinta de regalo y coronado con una llave antigua maravillosa” —, a su marido Ricardo, La Llave es un viaje de sanación contado en primera persona con un lenguaje transgeneracional, porque desde que salió a la luz, ha tocado la hebra de adolescentes a octogenarias y todo el universo de edades que caben entremedio. “Me maravilla que las personas se sientan identificadas con mi historia, se me paran los pelos de solo contarte. Darte cuenta a los 55 años que fuiste abusada de niña es un proceso, imagínate enterarte de algo así a esta altura de la vida. ¿Qué haces con esa información?  A mí se me movió el piso”.

Son las seis de la tarde de un día de sol. Lleva puesta una blusa blanca, el corte garzon le otorga un aire cosmopolita y revela de una sola vez las finas líneas de su cara, el corte preciso de la mandíbula, los ojos solares. Habla suave, con una cadencia que hipnotiza e invita a escuchar sin tregua. En dos horas de conversación,  me dirá que cuando chica quería ser puta, que es muy de ritos, “media bruja” y que su vocación es ser un puente entre las mujeres. Un puente sororo, hecho de generosidad y solidaridad femenina.

Volvamos al libro. En 183 páginas “la Chica”, como le dicen sus amigos,  nos cuenta su travesía, que incluyó cartas astrales, sicólogos y un monje zen.

¿Fue una suerte de terapia el escribirlo?
Uno no se despierta de un día para otro siendo escritora. Nunca fue pensado como libro. Fue mi tía abuela, María Edwards, quien me sugirió, después de leerlo, que lo convirtiera en libro. Siempre he escrito. Con mis papás, mis hijos y mi marido tenemos la costumbre de dejarnos cartas cuando estamos peleados. Cuando chica era bien rebelde, y una forma de tratar de explicarles a mis papás lo que me pasaba era a través de las cartas. Ellas fueron el puente.

ENTRETODAS

En un estante de la biblioteca de encina que María Luisa se trajo de Holanda, donde vivió siete años, descansan tres libros, entre muchos otros: Ximena, el único escrito por su tía bisabuela, Luisa Wilson del Solar; el premiado Cuentos arqueológicos de su abuela –la antropóloga, arqueóloga y periodista ganadora del Premio Lenka Franulic, Carmen Merino de Ginesta- “que estuvo como lectura obligatoria en el colegio” y el suyo propio.

“La tía Lucha leía las manos, era conocida por eso. A mí también me las leyó, pero no me acuerdo de nada, me hubiera encantado hacer una regresión a esa época, pero algo tiene que haber visto, porque heredé de ella una caja con todos sus artículos. No fue fortuito el que me la haya dejado”.

No, no fue fortuito. De hecho, lo que está escrito en cursiva en La Llave está copiado textual de las columnas que Luisa Wilson escribía en el diario hace 64 años. “Temas absolutamente vigentes, que podrían haber sido escritos ayer. Impresionante como durante todos estos años se han dicho las mismas cosas y todavía no aprendemos”.

Vienes de una tribu intensa… ¿qué heredaste de estas grandes mujeres que te antecedieron?
Yo creo que heredé esa voz de seguir empoderando a las mujeres desde adentro de la casa. Nosotras somos súper inteligentes, somos el poder creador y está en nuestras manos cómo damos vuelta a las cosas. Y eso es lo que ellas hacían, mi abuela, Carmen Merino, fue la primera mujer periodista en ir a la Antártica y a la Isla de Pascua. Siento que es una gran responsabilidad mantener ese legado, ese clan de mujeres increíbles.

El libro nos da luces para entender nuestros propios procesos. ¿A quiénes has conocido producto de este libro?
A través de correos o mensajes por las redes sociales me han escrito muchas mujeres y eso me dio el empujón para hacer la Fundación EntreTodas, porque me di cuenta de la necesidad que había detrás. Personas a las que yo no conocía, amigas de colegio, de yoga, de talleres de filosofía, que me dijeron “a mí también me pasó”.

“En una clase social media alta no es tan evidente el tema del abuso. ¿Qué pasa con esa amiga que tiene un puestazo en una multinacional, elegida dentro de las cien mujeres más influyentes del país, que te dice oye mi marido me pega?, ¿qué?, ¿a quién le cuentas una cosa así?, ¿con quién lo conversas?, ¿con un terapeuta? El terapeuta no es todo, uno necesita escuchar “a mí también me pasó”. Uno necesita de su tribu.

Por eso la Fundación EntreTodas.

“Me di cuenta de que mujeres con educación, mundo y oportunidades no tenían un espacio seguro, de acompañamiento y contención para compartir sus historias y empezar un camino de sanación. Estamos convencidas que con esta Fundación podremos sentarnos todas juntas y ayudarnos entre todas a salir adelante”.

LA LLAVE

Antes del libro, María Luisa, casada, tres hijos, dueña de casa, fue banquetera y dio charlas en el Nido de Águilas, el colegio de sus hijos, sobre un programa de transición (The Third Culture) que importó desde Holanda. Antes del libro, iba una vez a la semana a trabajar en Fundación Betania Acoge en Viña del Mar. Ahí convivía con mujeres de la calle, “las verdaderas heroínas”, todas ellas con historias de esperanza, de amistad, de superación, de que sí se puede salir adelante. “Sufrimos las mismas cosas no importa donde estemos. La que es abusada se siente abusada debajo del puente o en un castillo”.

¿Qué papel juega la resiliencia?
Depende de nuestra parada en la vida. En el peak de la pandemia, del hambre, de la miseria, del invierno, veías a la vieja en la toma que se levantaba y con lo poco y nada que tenía iba a ayudar a las ollas comunes, iba  a darle comida al otro, mientras la vecina se quedaba reclamando. Mi trabajo con las chiquillas de la Fundación Betania Acoge era mostrarles donde estaban paradas en la vida, y preguntarles dónde querían estar paradas. Y eso es una decisión personal. Tú tienes la llave de querer ser víctima o tomar las cosas como oportunidades, porque la vida sigue.

¿Eso simboliza la llave?
La llave es un ritual, es ese simbolismo que te invita a preguntarte ¿cómo enfrento esto?, ¿desde la víctima o la protagonista?

¿Cuál es tu vocación?
Ser puente. Y no lo digo desde la soberbia ni desde el ego, pero creo que tengo un don de conectar personas.

¿Qué rescatas de esta cuarentena?
Todo, para mí fue una bendición. Se nos regaló un tiempo. Nos tuvimos que encerrar, las familias tuvieron que volver a conocerse, hubo que volver a sentarse a la mesa a conversar, eso lo encuentro maravilloso, una tremenda oportunidad. Volvimos a lo básico y sobrevivimos.