A propósito de la “resignificación” de los monumentos y el patrimonio

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Cada cierto tiempo, a veces con mayor frecuencia, en diversas sociedades se ha levantado una reacción contraria a la existencia de algunos monumentos que, incluso, pueden considerarse patrimoniales. Dichas actitudes críticas se suelen sustentar en que hay monumentos erigidos en el pasado que, a la luz de la información o mentalidad actual, se pueden reemplazar o remover porque lo que representan puede atentar contra los valores actuales de la sociedad.

Pero también suele ocurrir que el desconocimiento de la historia hace que ciertos monumentos, aunque sean relevantes, no tengan ningún sentido ni valoración para las generaciones posteriores, a tal punto que se busque su injusta eliminación. Y hay, además, una tercera y peligrosa variable, la de tergiversar la historia con fines ideológicos, algo bastante más frecuente de lo que se cree, y que es usual a todas las ideologías que buscan “resignificar” la historia en pro de un discurso que les sirva para sus propósitos y objetivos.

Por lo anterior, lo que ocurre en Estados Unidos en estos días en que se vive una nueva etapa iconoclasta —rupturista de imágenes—, sustentada en las protestas contra el lamentable racismo aún existente, se puede enmarcar en una extraña mezcla en donde pueden coexistir las tres variables aludidas. Es decir, una reacción contra símbolos incomprensibles para la sociedad actual porque lo que representan está superado o es inaceptable. Desconocimiento de la razón de por qué esos símbolos fueron erigidos en determinadas épocas, o adhesión consciente o inconsciente a discursos ideológicos muy bien articulados.

Así es como fueron atacadas estatuas de figuras de la historia estadounidense que de una u otra forma estuvieron vinculadas al racismo, aunque en realidad, si se fuera más agudo con la historia, habría que juzgar a casi toda la sociedad de dicho país de los siglos XVII y XVIII, incluyendo a Washington y Jefferson, reconocidos esclavistas que lo siguieron siendo incluso después de la Independencia. Sin embargo, ¿se le podría cambiar el nombre a la capital del país del norte porque ahora estamos plenamente conscientes de que su héroe de la independencia recuerda algo que es inaceptable hoy? Sería imposible porque la historia, con sus luces y sombras, tiene estas contradicciones que no se pueden cambiar.

Algo similar ocurre con Cristóbal Colón, blanco predilecto de ataques a su memoria en los últimos años y a quien se le acusa de ser el gestor de la “invasión” europea de América, del inicio del gran genocidio de los pueblos americanos, algo que podría dar pie a un intenso debate que con toda seguridad no lograría un consenso. Esto porque si bien el personaje aludido cometió actos que hoy son absolutamente condenables, es exagerado culparle de ser el gestor de la conquista europea del llamado Nuevo Mundo, ya que representa una simplificación de la historia que demuestra ignorancia, por una parte, o manipulación en pro de un discurso ideológico, tan imperialista como el propio proceso colonial.

Lo que está claro en la actualidad es que las figuras históricas están llamadas a revisión, a veces con razones atendibles y otras con argumentos más que discutibles, pero lo cierto es que la historia, bien estudiada, con pensamiento crítico y honestidad intelectual, debiese ayudar a resignificar nuestros monumentos y patrimonios cuando corresponda, y a fundamentarlos mejor cuando así sea necesario.