La Paradoja de Wuhan

por Sergio Melitón Carrasco Álvarez Ph.D.

En Wuhan, supuesto origen de la epidemia de Coronavirus, hay un mercado donde se venden serpientes, pangolines, cerdos, murciélagos y otros alimentos exóticos. Quizás lo más chocante sean las jaulas con perros y otras con gatos. Animales que esperan con relajada inocencia su futuro nefasto; no hay temor ni desesperación en ellos, porque ignoran la razón de su drama. En esa ciudad de China, donde nació el actual terror universal para los humanos, los animales dan una lección que llamaré La Paradoja de Wuhan.

En chino, xīwàng (希望), expresa el deseo que algo bueno suceda, que lo malo pase y se desvanezca rápido. Xīwàng es la expectativa del que espera confiado. La civilización china, con su saber antiguo, cree en la espera paciente y hasta serena. Mas otra cosa es la Esperanza, concepto que se desarrolló en Occidente. La base lingüística de nuestro hablar tiene raíz indoeuropea, lengua que se formó en larga experiencia de interacción con la naturaleza en la región en torno al Cáucaso, donde los cazadores emboscados aguardaban a sus presas. Ese acto quieto de espera, con respiración pausada para apuntar certeramente cada flecha se llamaba Āshaņsa (de donde provendría la palabra acechar, acechanza). Un cazador sabe esperar, porque el alimento para su grupo depende de su paciencia. Del semítico se desarrolló otra forma de entender la espera. En la tradición judía, la esperanza es la expectación a que se cumpla la Promesa. La esperanza es gran tema del Antiguo Testamento. Desde Abraham “se esperó confiado en el Señor” (Salmo). Tras la venida del Mesías, la esperanza se hizo intrínseca a la Fe, porque se espera la plenitud del Reino. San Pablo dirá que la Esperanza es la sustancia de esa espera. La Esperanza sustenta la Fe y motiva la Caridad, por eso las tres constituyen las virtudes teologales.

Para los pueblos antiguos y paganos que no habían recibido la Revelación, la esperanza es una posibilidad por suceder. Para el cristiano en cambio es una certeza: cada Palabra se cumplirá. San Agustín añadió a esa tradición el carácter personal de la Esperanza. Durante la Edad Media fue un concepto muy discutido por teólogos y tratadistas, hasta que Santo Tomás definió la Esperanza como un Bien universal. Toda la cristiandad goza de la Esperanza mientras aguarda la segunda venida; si bien, entre tanto, cada cual ha de trabajar en su propia salvación. Esperanza trascendente, porque abre el alma individual al Bien que se espera; y por otra parte, la Fe conjunta de los que esperan (la Ecclesia), acerca más el Reino de Dios.

Por cierto hay más sobre la esperanza, sin que sea visión oficial cristiana. Sin embargo, ha sido una cuestión moderna (no fue tema para la filosofía griega o helenística). Así, Descartes (en Las pasiones del alma, 58) dice que la esperanza es “un placer del alma ante la expectativa de un goce futuro”. John Locke (Ensayos, XX, 9) agrega a esa idea que “la esperanza es un contención del alma ante un posible deleite”. En otros pensadores del siglo XIX tomó forma de sentencia psicológica que consideró a la esperanza como “pasión del alma” puesto que es “una perspectiva de adquirir un bien con cierta probabilidad de logro”. Filósofos recientes como Kierkegaard o Heidegger, continuando con lo dicho, agregaron que la esperanza es parte del despertar de la conciencia a bienes superiores. Como se ve, una cosa es la espera; otra, la Esperanza. Un perro sentado a las afueras de una casa donde le dan comida, es un animal que sabe esperar, sin ser sabio. Un gato que se instala puntual en un lugar donde lo alimentan, no conoce de horas ni tiempos, pero sabe esperar. En la naturaleza, hasta las formas de vida más simples, aguardan a sus presas con paciencia. Mientras, los que son acechados esperan alertas ante el peligro. Ambas son formas de esperar; pero eso no es Esperanza. La espera, ya sea predatoria o defensiva, es un modo bruto y natural con que se enfrenta lo que está por suceder. En el inconsciente humano también actúa la naturaleza elemental, pero desde ella brota la luz divina de la Esperanza, que es la que de verdad resuelve los males.

El coronavirus paralizó al mundo, que espera con gran incertidumbre. Parece castigo por tanta perversión y egoísmo. Pero no. La señal es otra y muy clara, pasando por encima de teorías conspirativas y conjuraciones maquiavélicas, la clave está en Wuhan, en la imagen de las jaulas con animales que esperan tranquilos su triste final. La Paradoja de Wuhan es que nos hemos convertido en animales enjaulados, a pesar de que poseemos la Esperanza, que nos da inmunidad antiviral. Nos han pedido encerrarnos a la espera de que pase el ángel de la muerte por nuestra puerta… y no sólo el del coronavirus. Porque vendrán más. Entonces, como sucedió hace más de tres mil años, no hay que temer, sino encender el corazón al máximo (este virus y otros se mueren con el calor). Con Esperanza fogosa una vez más se salvará la Humanidad.