Paula Jofré, astrofísica: Una chica estelar

Para la revista Time es “una de las cien personas más influyentes del mundo”, porque creó el primer árbol genealógico de las estrellas de nuestra galaxia. Su camino también ha sido estrellado: la discriminaron por ser madre, en el célebre Instituto Max Planck, de Alemania, mientras hacía un doctorado. Hoy, es profesora asociada del Núcleo de Astronomía (UDP), donde continúa estudiando cómo las estrellas se forman y se conectan unas con otras.

 Por Francia Fernández P. Fotografías Andrea Barceló A.

Primero fueron los pájaros. En su casa de infancia había una pajarera, y a Paula Jofré (38) le gustaba ver cómo las aves sacudían sus plumas o interactuaban entre sí. “Era una niña contemplativa, y sigo siendo una mujer que contempla mucho el entorno”, dice esta astrofísica que la revista Time incluyó en el ranking «Time 100 Next» 2019, como una de las personas más influyentes del mundo y que, previamente, otra publicación estadounidense, Science News, seleccionó en una lista de “Diez científicas jóvenes que desafían los límites para enfrentar grandes problemas”.

Son distinciones por la tarea que Jofré —quien se formó en la Universidad Católica y luego hizo un doctorado en el Instituto Max Planck (Alemania), seguido de un posdoctorado en la Universidad de Cambridge (Reino Unido)—, realiza desde hace unos años: tomar técnicas de la antropología o la biología, para la creación del primer árbol genealógico de las estrellas de la Vía Láctea. Una tarea que la ha llevado a estudiar el espectro químico de veintidós estrellas, incluido el Sol. Todas comparten diecisiete elementos, entre ellos, calcio, carbono, hierro, magnesio, oxígeno, titanio y zinc.

Sentada ante su escritorio del Núcleo de Astronomía de la Universidad Diego Portales (UDP), donde es profesora asociada, la astrónoma dice que cosas como estas reafirman que va en la dirección correcta. “Que la revista Time me eligiera en la categoría Innovadores, tiene que ver con poder pensar ‘fuera de la caja’, mirar alrededor e incorporar métodos de otras ciencias”, indica.

Todo comenzó en 2014, cuando en Cambridge —donde fue investigadora asociada, desde 2013 hasta 2017— Jofré asistió a un evento en que se exponían “herramientas visuales para transmitir los resultados científicos”. El antropólogo y arqueólogo británico Robert Foley “puso un árbol evolutivo ahí y dijo que servía para estudiar la evolución. Yo ya estaba estudiando la evolución de la galaxia, entonces me llamó la atención no haber visto eso en mi campo, y me pregunté por qué no se usaba”. Después, Jofré se acercó a Foley, al punto que terminaron trabajando juntos. “Cada vez me di más cuenta de que podía hacer uso de esos árboles evolutivos, y en eso estoy”.

 ¿Nadie se había percatado de ello?
Ahora he visto que el tema se mencionó en dos publicaciones, pero no de la forma en que yo lo estoy abordando. Una, de 2002, es de Kenneth Freeman, un australiano que, de hecho, me nominó como “científica promisoria”, y que se fascinó con lo que publiqué, porque, en un momento, él lo había visualizado, pero no pudo implementarlo. Luego, hay unos brasileños que hicieron un árbol en un paper, pero fue una clasificación química de las estrellas, no un estudio evolutivo en sí. Yo trato de usar el largo de las ramas para estudiar el tiempo evolutivo, entre un grupo y otro, y qué ha pasado; tratar de estudiar la historia y como está esto correlacionado.

 Las estrellas son esferas de polvo y gas que brillan con luz propia. Según explica Jofré, las ramas “informan sobre la historia compartida de las estrellas”. La más antigua que ella ha analizado tiene unos diez mil millones de años —más del doble que el Sol— y, la más joven, setecientos millones.

¿Qué es lo más importante que has descubierto?
No mucho. A la gente le encanta lo de “descubrir”. Cuando volví a Chile, di una entrevista en Las Últimas Noticias que titularon como “Astrónoma descubre a la hermana del Sol”, o algo así. En ese sentido, yo no he descubierto nada. Hay demasiadas estrellas en el cielo como para descubrirlas.

Bueno, pero qué has encontrado…
Poco, porque estamos muy al comienzo. Intento demostrar que los elementos químicos se comportan como un ADN estelar y que uno puede, por lo tanto, armar un árbol genealógico que se puede interpretar de una forma evolutiva, igual que si uno pusiera monos con ballenas con seres humanos. Todavía estoy en esa lucha por demostrar que sí se puede armar un árbol genealógico de las estrellas de nuestro sistema solar. Aún no he descubierto nada, pero sé lo que podríamos llegar a descubrir.

 ¿Y qué sería?
Por ejemplo, galaxias que se han caído a nuestra galaxia. Hace poco se descubrió Enceladus, una galaxia que se sospechaba que existía, algo que se pudo comprobar con herramientas actuales. Nosotros, según nuestro modelo de cómo la galaxia evoluciona, sabemos que nuestra galaxia se ha ido comiendo muchas galaxias pequeñas, pero no sabemos cuántas; tampoco, cuándo, ni cuáles son las estrellas que se formaron y están dando vueltas acá.

 Sobre tu trabajo, en la revista Time subrayan la idea de que “las estrellas nacen, envejecen y mueren, como las personas”…
Las estrellas nacen en un grupo, en una generación estelar, entonces, hay estrellas más grandes y estrellas más chicas. Las más grandes muy rápidamente van a morir y a explotar. Al explotar, los elementos químicos pasan a esta nube donde viven las otras estrellas. De esta nube se forma una nueva generación. En paralelo, las estrellas chicas no explotan y se demoran mucho más en morir. Son como registros fósiles. Yo jamás voy a encontrar a los padres del Sol, porque para que él nazca, ellos tienen que haber muerto. Uno como que encuentra a los tíos, que no murieron y todavía están rastreando la composición química de la nube progenitora.

TRAVESURAS Y MALOS RATOS

 Hija de un arquitecto y de una diseñadora de interiores, Paula es la mayor de tres hermanas con ascendencia alemana, por línea materna. También, la madre de dos hijos de ocho y once años, que tuvo con Thomas Maedler, su marido, astrónomo como ella, al que conoció en Alemania.

Cuando era adolescente, mientras sus compañeras del Colegio Santa Úrsula Vitacura salían de compras o se bronceaban, los fines de semana, Jofré asistía a charlas en la Asociación Chilena de Astronomía y Astronáutica ACHAYA. En los inviernos, partía en familia a Pucón. “En algún minuto me regalaron un telescopio. Más que mirar el cielo, el tema era compartir, hacer travesuras: mi papá (que falleció) llevaba una petaca de whisky para quitarnos el frío”. A Paula le gustaba observar las fotos que tomaban con “la cámara abierta: se notaba que la tierra gira”. Ella se preguntaba: ¿cómo es la trayectoria de la tierra? “Con las estrellas, lo mismo. Lo de ahí está la constelación de Orión, y no sé qué, no es mi fuerte, si no, ¿qué hace que tú brilles?”, comenta, con su corte de pelo moderno, y la mirada clara y aguda, detrás de unos anteojos.

En realidad, su afición nació cuando cursaba la básica en el Colegio Alemán. Paula tenía que hacer un trabajo y su mamá le sugirió los planetas. “Fuimos a la Biblioteca Las Condes y al Cerro Calán, a hablar con los astrónomos. Puede ser que nos haya recibido José Maza. No sé cómo, en algún momento yo tenía uno de sus primeros libros (Astronomía contemporánea).

 ¿Qué te parece lo que él ha hecho?
Él es uno de los líderes en despertar la curiosidad por la astronomía. Algo valioso, porque no todos los astrónomos se dedican a informar. Ahora, hay muchas personas que hacen divulgación. Nosotros, en el Núcleo de Astronomía, damos charlas y cursos abiertos.

 ¿Por qué decidiste volver a Chile?
Estaba bien en Europa, y tenía cerca a mis antropólogos. Pero, en Cambridge, no veía muchas posibilidades como profesora fija. El Núcleo de Astronomía estaba empezando. Me tentó venir a armar este grupo cuya área de investigación es bien abierta. En Europa, era una más del montón. Acá hago una diferencia. Además, mi marido también trabaja en la academia y acá, donde hay tantas universidades, podía hacerlo.

 ¿Cómo es el tema de las mujeres en tu profesión?
Según el último censo de SOCHIAS (Sociedad Chilena de Astronomía), el número de astrónomas es ridículamente bajo (de 163 académicos, 35 son mujeres; el 21%.) Cuando entré a estudiar, éramos cinco mujeres y veinte hombres. Hoy es más equitativo. Al final, eso sí, quedan súper pocas, porque se embarazan o se casan, y colapsan.

Tú terminaste y te fuiste al Max Planck, el sueño de cualquier científico. Pero lo pasaste mal…
Sí, estaba haciendo un doctorado en el estudio de poblaciones estelares del halo galáctico, la parte más antigua de la galaxia, y me embaracé de mi primer hijo. Yo era la primera mujer que se embarazaba, en treinta años. No sabían cómo manejarlo.

 ¿Qué resistencias tuvo tu supervisor?
Primero me dio todas las libertades, pero, a la vuelta de dar a luz, hubo otro trato. Era súper difícil hacer las dos cosas al mismo tiempo. A mí, que soy ordenada, me afectaba trabajar en el caos que era mi casa. Le pedí que me recomendara para una beca que me habría permitido pagar una ayuda externa, pero él me dijo que no me la iba a ganar, porque yo no era tan buena. Eso te parte el alma. Siento que pensó: a esta no le interesa la investigación. Yo me preguntaba: qué le pasa a esta persona. Tampoco soy tan causa perdida.

 ¿Y qué pasó después?
Hace poco, en medio de denuncias de racismo a otra profesora, mi supervisor me contactó para que opinara sobre él. Yo esperaba que llegara ese día… Le dije que no era que no me interesara la investigación, sino el tener que trabajar con él, escuchando sus comentarios. Y él me dijo: “Yo pensaba que lo único que querías era cuidar a tu hijo”. Es un sesgo muy dañino: creer que una mujer con hijo solo tiene amor e interés en él. Pasa en la astronomía y en todos los mundos.