Franco Innocenti: Trasplantando amor

médico cirujano

Obtuvo el primer lugar entre todos los egresados de Medicina de su generación, y se especializó en Santiago, Estados Unidos y Japón. Aun así, ha tenido que luchar toda su carrera contra el sistema y las creencias, para conseguir su cometido: salvar vidas. Es Franco Innocenti, jefe de la Unidad de Trasplantes de la Clínica Sanatorio Alemán.

Por Monserrat Quezada L. / Fotografías Sonja San Martín D.

Ignacio tenía siete años cuando desarrolló una hepatitis fulminante. Era el año 2010 y vivía en Talcahuano. Su gravedad no le permitía trasladarse hasta Santiago, donde sí se realizaba el trasplante de hígado que necesitaba. Entonces, su historia creó la conciencia necesaria para salvar no solo su vida sino la de muchos otros pacientes de la Región del Biobío y el sur de Chile.

MÉDICO DE EXCELENCIA

Pero esta historia comienza muchos años antes, específicamente cuando el doctor Franco Innocenti tenía cinco años y soñaba con ser médico: “Era un niño bien enfermizo, así que los conocí de cerca desde pequeño. Pertenezco a una familia de empresarios forestales de larga tradición, soy el mayor de cinco hermanos y el único que eligió esta área”.

Franco ingresó a la universidad el año 1987 y, en sus palabras, se lo tomó bien en serio. “Renuncié a muchas cosas, a paseos familiares, fiestas, eventos”. Y así fue, pues obtuvo el premio de honor del Colegio Médico el año 1994, como el mejor alumno de todas las universidades chilenas.

En un comienzo, Franco quería ser cirujano cardíaco, pero mientras cursaba su residencia, estuvo con el grupo pionero de los trasplantes en Chile, el equipo del doctor Juan Hepp de la Clínica Alemana, con quienes pasó seis meses en el Hospital Militar realizando trasplantes. “Encontré que era lo más lindo que había visto hasta entonces y lo que tenía mayor impacto en la vida de las personas”.

Cuando terminó su residencia de cirugía general, se ganó una beca en cirugía de trasplante multiorgánico en la Clínica Mayo, en Minnesota, Estados Unidos. “Ese lugar tiene una gran tradición y desarrollo de punta en la cirugía digestiva. En ese país los entrenamientos son formales. Si vas de visita no tocas pacientes, pero si lo haces de manera oficial tienes que pasar una prueba, firmas contrato, tienes seguro de salud, etc. Eres uno más. Si no rindes, te despiden. Era muy exigente. Estar ahí significó un entrenamiento equivalente a veinte años en Chile o quizás más, porque anualmente se concretaban alrededor de quinientos trasplantes, entre las tres Clínicas Mayo, mientras en Chile en total realizamos entre sesenta y setenta”. El entrenamiento contemplaba trasplante de páncreas y renal, pero posteriormente se quedó practicando cirugías hepáticas y trasplantes biliares.

Cuando completó casi cuatro años de formación, recién casado y con su hija mayor nacida en suelo estadounidense, se fue a Japón, a la Universidad de Kioto, a especializarse en trasplantes con donante vivo.

VOLVER

De regreso en Chile, trabajó en la Clínica Alemana y en el Hospital Padre Hurtado por cerca de cuatro años. Pero siempre quiso volver a Concepción. “Soy penquista por varias razones: la familia, la red de apoyo, me gusta el clima, las distancias. Cuando puedo me arranco a tomar un café con mi mamá”.

Pero acá la realidad que le esperaba era muy distinta a lo que él imaginó: “Cuando llegué me fui al hospital pensando que al otro día íbamos a tener unidad de trasplante. Sabía que podía haber un periodo de dificultad, pero me encontré con muchos más problemas de lo previsto, esencialmente políticos, para establecer esta unidad. Y vi cómo mis pacientes del hospital se iban muriendo. Yo los mandaba a la Clínica Alemana, pero no tenían recursos para viajar a los controles ni para estar viviendo tres o cuatro años en Santiago”.

Golpeando muchas puertas, la Clínica Sanatorio Alemán acogió hacerse cargo de este tema, pero no querían darles la acreditación por tratarse de un centro privado y de provincia. Tampoco querían darles el convenio de Fonasa. “Eran razones políticas porque en Santiago, de los ocho centros que realizan trasplantes, solo dos son públicos”.

Finalmente, llegó el caso de Ignacio. “Se trataba de un niño de siete años que estaba en el Hospital Higueras porque se enfermó severamente de una hepatitis fulminante. Su historia llegó a los medios de comunicación porque su gravedad impedía su traslado. En ese momento conversamos con el coordinador nacional y me preguntó si podíamos resolverlo. Le dije que estábamos listos hace años, pero que me tenía que dar el convenio, y la posibilidad de trasplantar niños, porque para Fonasa eso solo se puede hacer en Santiago, en el Calvo Mackenna. Por fin, me dijo que sí”.

Así, trasplantaron a Ignacio con un donante que no era ideal, pero era su única esperanza dada su condición. “Le pusimos un órgano que funcionó relativamente bien dos semanas, lo que nos dio tiempo, pero él no despegaba. Y ocurrió algo muy raro: hubo un donante en su mismo hospital, y lo trasplantamos de nuevo. Era un hígado reducido porque el donante era adulto. Así fue como partimos los trasplantes en la región: con un paciente grave, niño, con un órgano reducido. Fueron las condiciones más extrema,s pero afortunadamente Ignacio sobrevivió, está bien, y pronto egresará del colegio”.

TRASPLANTES EN CHILE

Luego de ese exitoso puntapié inicial, hubo altos y bajos: “A veces había presupuesto, otras veces no, y también tuvimos factores externos. El 2014 hubo problemas económicos y se suspendió el programa por varios meses. Desde que se reabrió, hemos sido más regulares. Este año llevamos diez trasplantes, que es un número bastante elevado. Hay que considerar que tenemos solo un cinco por ciento de los pacientes en el sistema privado, es decir, la mayoría no paga. Tenemos un fondo anual y si hay complicaciones se pone en riesgo el programa. Eso nos lleva a trabajar con la máxima excelencia y eficiencia”.

Durante estos años, desde el caso de Ignacio, el equipo de Franco Innocenti ha realizado treinta y seis trasplantes. Se trata de personas que tienen cirugías y consultas, pero que lo dejan todo cuando hay un trasplante. “Cuando ocurre, hay que estar cerca de siete horas en el teléfono coordinando. Después se efectúa la cirugía del donante, para la que generalmente hay que viajar, volver con el órgano y después realizar la cirugía del receptor. Son 24 horas, y después viene el postoperatorio. Es un trabajo difícil, expuesto a distintos factores. Lo más importante es mantener la transparencia y una organización adecuada”.

¿Cuántos trasplantes se realizan en Chile?
En Chile hay, más o menos, mil pacientes en la lista de espera de trasplante renal, y se materializan alrededor de doscientos cincuenta a trescientos trasplantes al año. Pero hay quince mil pacientes con falla renal en hemodiálisis. Trasplantes cardíacos y de pulmón se realizan unos diez o veinte y de páncreas cerca de cinco. En cuanto a los trasplantes hepáticos, hay cerca de cien pacientes en la lista y se trasplantan alrededor de sesenta. Prácticamente la mitad fallece en la espera. En el único lugar fuera de Santiago donde se hacen trasplantes hepáticos es en la Clínica Sanatorio Alemán.

 ¿Cómo ves el panorama de los donantes en Chile?
Es el problema más grave que tenemos. No es un tema de recursos o nuevos centros, son los donantes. Del total de personas que fallecen, dos de cada cien son candidatos y uno se pierde por negativa familiar, es decir, la mitad de los posibles donantes. Entonces queda una persona en condiciones ideales, y eso es muy poco. En Chile tenemos una tasa de donantes de 7,8 por millón de habitantes. España tiene treinta; Estados Unidos, veinticinco. La de Chile es una tasa bajísima que empeora en regiones. Se debe hacer un trabajo más fuerte en la educación para que se sepa qué es la donación de órganos desde niños. Es la única esperanza para que esto mejore.