Aída Milinarsky, triatleta: El poder del deporte

Fue la competidora más longeva del Ironman 70.3 de Pucón y su historia de vida causó revuelo entre los aficionados al deporte. En esta entrevista, la pediatra cuenta por qué decidió involucrarse competitivamente en el deporte pasados los cincuenta años y qué quiere inculcar en las nuevas generaciones.

Por Germán Gautier V. / Fotografía Mariela Sotomayor G.

En la sexta vez que Aída Milinarsky compitió en el Ironman 70.3 de Pucón las cosas le parecieron distintas. Ya no tenía ese tiempo íntimo en que suele llevar su mente a un estricto silencio. Tampoco se sentía tranquila en la retaguardia del pelotón, donde suele ubicarse para evitar la efervescencia de la largada y un posible traspié. Esta vez, en la llamada carrera más linda del mundo, había demasiados ojos encima de ella. ¿Qué había cambiado?

Aída tiene setenta y un años, es madre de tres hijos y abuela de siete nietos. Vive en Viña del Mar y un mapa de calor diría que el sector del exregimiento Coraceros es su zona de confort. En un edificio vive y en otro trabaja como pediatra. De lunes a viernes sube por la escalera los seis pisos que la dejan en una consulta repleta de dibujos infantiles correctamente enmarcados. Hay niños y familias tan flacas como un palote, hay árboles, nubes, arcoíris y casas con ventanas. Pero también hay una figura que se repite: una cabeza de la que se escapan aros enmarañados, ondas imperfectas.

-Los niños son naturales, son espontáneos- afirma. Ellos dicen lo que sienten y cuando entran a mi oficina me preguntan por estas medallas.

Y la triatleta Milinarsky se pone de pie y habla de Canadá, de Austria, de Brasil. Habla de kilómetros, de jornadas nocturnas, de mares como termas. Palpando una fecha, una ciudad en particular, como si fuera Braille, habla de felicidad interior, de lágrimas.

Y luego cae el silencio. Una mujer crespa me mira y lanza:

-Estas me las dan por vieja.

Y la risa sobrepasa el ruido del metal.

MONCKEBERG

Aída se tituló de como médico en la Universidad de Chile en 1972. Siete años después había completado la beca de Pediatría que cursó en la sede de Valparaíso. Nunca dejó de estar cerca de los niños.

“En ese tiempo había mucha desnutrición en Chile. A la eminencia que fue el doctor (Fernando) Monckeberg tuve la suerte de conocerlo en el Hospital San Borja. Él fue pionero en trabajar el tema de la desnutrición. Esa época fue un Chile de cambio. Progresivamente fuimos pasando de la desnutrición a los problemas nutricionales por sobrepeso”, apunta la doctora Milinarsky. “Así como la expectativa de vida fue creciendo, hoy está disminuyendo por condiciones crónicas asociadas como la hipertensión o la diabetes”.

¿Ve con optimismo el futuro?
Lo veo con preocupación. Ya viste todo lo que costó que contáramos con alimentos etiquetados. Ese fue un logro. Pero es estéril si no aumentan las horas de actividad física en el colegio. La primera media hora de clases debería ser actividad física. Y es difícil ante este boom de comida chatarra y la cultura del celular y el internet. La verdad es que por el borde costero veo a pocos niños andando en bicicleta.

 Parece que ya no está en el ranking de la lista de regalos de Navidad.
Un niño me dijo en la consulta ‘el Viejito Pascuero se equivocó de casa. Me trajo una bicicleta y yo no le pedí eso’.

¿Qué cosas le llaman la atención de las nuevas generaciones?
Que nadie toma agua. Antes la bebida era para el fin de semana. Ahora los niños no toman agua; toman juguito en caja, bebidas o aguas dulces. El cerebro está acostumbrado a lo dulce y ya nadie quiere tomar esa cosa transparente, inodora, incolora e insípida.

¿Qué es calidad de vida para usted?
Estar contento con uno mismo. Levantarte y hacer actividad física cambia el modo de enfrentar el día. Si un día no hago deporte no me siento igual. Tener amigos, comer sano, compartir. Eso es una buena calidad de vida.

¿Tenemos los chilenos en general una buena calidad de vida?
Yo creo que no, aunque hay varias encuestas que dicen lo contrario. Los índices de sedentarismo son patéticos; la gente ya no se mueve. En Viña no hay donde estacionarse porque todos andan en auto.

Pero usted no siempre fue deportista. De hecho, era una gran fumadora.
(Entre risas) Tranquilamente tuve que haber fumado unos veinticinco años. Me fumaba una cajetilla diaria de Lucky Strike sin filtro. Y cuando me inicié en el deporte ni siquiera pensé en dejarlo porque me empezó a molestar.

HAWAII

Cuando Aída Milinarsky bordeaba los cincuenta años de edad pensó que acompañar a una amiga a andar en bicicleta podría ser una buena idea. De la bicicleta pasó al trote. Y del trote al nado. Fue un camino sin retorno que se agudizó cuando se paró por primera vez frente a un cartel de ‘partida’ y sintió lo que muchos sienten cuando cruzó el lienzo que indica ‘meta’.

De esa inocente invitación han pasado ríos de sudores, lagos de lágrimas. Hoy me muestra en su celular la planificación de su rutina deportiva. Sabe, por ejemplo, que mañana hará cincuenta kilómetros de bicicleta en el camino de Rautén y, luego, tres kilómetros de trote. Sabe, también, que el sábado debe ponerse su traje de agua porque tendrá que nadar frente a la costa de Concón.

El reloj que tiene en su muñeca no me lo muestra, pero puedo imaginar que allí están almacenados todos los datos que una mujer deportista requiere. Una Ironwoman como la han llamado últimamente. O un nombre que le haría gracia a sus pacientes: la abuela vitamina.

A la triatleta la asesora Jaime Mundaca, su entrenador personal, con quien determinan las rutas y las cargas de trabajo físico. “Cuando los domingos hacemos la vuelta larga en bicicleta él me acompaña. Y generalmente salgo con gente joven”.

Dos veces ha estado en Hawái, la meca del triatlón. Allá llegan los mejores y Aída quiso probarse a sí misma. En 2008 rebasó las diecisiete horas de triatlón y aunque cruzó la meta de noche, su nombre no figura en los registros oficiales. Dos años después, con la experiencia a cuestas, y ese incansable bicho de la competencia picándole los talones, logró un tiempo de 16:37:44. Terminar un Ironman de Hawái son palabras mayores.

-Los Ironman son pura cabeza- dice.

Esa medalla ya está colgada en la consulta de la pediatra Milinarsky y los niños siguen preguntando…

PUCÓN

Su primera competencia del año fue muy distinta a todas. La marca de bebidas isotónicas, Gatorade, la fichó para promocionar el deporte femenino. Fotografías con el rostro surcado y el pelo entrecano y ensortijado de Aída ocupaban las calles de este balneario. En el flujo frenético de las redes sociales circulaba un video repleto de coraje y pasión.

Las otras protagonistas fueron Josefina Flores, de dieciséis años, quien el 2017 ganó el Kids Challenge de Pucón, y Pamela Tastets, quien en dupla con su marido Felipe Van de Wyngard se dedican enteramente al triatlón.

¿Cómo se sintió en Pucón?
No me sentí cómoda. Fue mucha exposición. Igual encontré buena idea el concepto de Ironwoman que llevó Gatorade. Esto de la señora mayor que hace deporte prendió mucho. Yo me estreso antes de una competencia y de repente aparecía un micrófono en plena partida.

¿Por qué cree que provocó tal revuelo?
Es un caso que muestra que las cosas se pueden hacer y que si quieres, se puede.

La doctora Milinarsky sale de vacaciones y en Puerto Octay se convertirá en la triatleta Milinarsky a tiempo completo. El próximo desafío es un medio Ironman en Florianópolis, Brasil, y la carga física comienza a subir. Allá va a buscar otro pedazo de vida, otra historia que contar.

 

“Estar contento con uno mismo. Levantarte y hacer actividad física cambia el modo de enfrentar el día. Si un día no hago deporte no me siento igual. Tener amigos, comer sano, compartir. Eso es una buena calidad de vida”.

Cuando Aída Milinarsky bordeaba los cincuenta años de edad pensó que acompañar a una amiga a andar en bicicleta podría ser una buena idea. De la bicicleta pasó al trote. Y del trote al nado. Fue un camino sin retorno que se agudizó cuando se paró por primera vez frente a un cartel de ‘partida’ y sintió lo que muchos sienten cuando cruzó el lienzo que indica ‘meta’.

“No me sentí cómoda en el último Iroman. Fue mucha exposición. Igual encontré buena idea el concepto de Ironwoman que llevó Gatorade. Esto de la señora mayor que hace deporte prendió mucho. Yo me estreso antes de una competencia y de repente aparecía un micrófono en plena partida”.